Saturday, April 20

Cerco de Kiev: el torpe general soviético que provocó la debacle más dolorosa de la URSS contra los nazis


Cuando ABC publicó la foto de su ataúd en 1973, Semyon Budyonny había caído en el absoluto olvido. Antes de dejar este mundo por una hemorragia cerebral no era más que un general venido a menos. El viejo recuerdo de una época pasada. «Entierro del último líder bolchevique», informaba este periódico. La razón era sencilla. Este nonagenario de amplio bigote –su rasgo más distintivo– había sido apartado por el régimen comunista después de que su escasez de dotes militares hubiera provocado una de las mayores derrotas de la historia bélica de la URSS:
el embolsamiento de la ciudad de Kiev en 1941 y la pérdida de un millón de soldados; la mitad muertos, la otra mitad, capturados.

 y cruenta, arrancó el 22 de junio de 1941. De buena mañana, los grupos de ejército alemanes se abalanzaron sobre el gigante ruso. El Norte, bajo el mando del mariscal Von Leeb, puso rumbo a Leningrado. El Centro, dirigido por Von Bock, siguió la ruta de
Napoleón Bonaparte hacia Moscú. Y el Sur, sobre el que recae la lupa hoy, avanzó a toda máquina en dirección a Kiev, Dinepropetrovsk y Odessa con el mariscal de campo Gerd von Rundstedt a la cabeza. Este último era, tal y como publicó ABC al final de la Segunda Guerra Mundial, «
la quintaesencia del oficial prusiano, el símbolo de su casta». Un militar de las botas al copete.

Adolf Hitler veía los recursos de Ucrania como una pieza vital en el futuro de la Segunda Guerra Mundial; una suerte de granero que suministraría vituallas a sus tropas en el avance hacia los pozos petrolíferos del Cáucaso. No era baladí por tanto la labor de Von Rundstedt. Y quizá por ello los soviéticos no estuvieron dispuestos a ceder un palmo de territorio en el frente sur. A pesar de ello, la ‘
Blitzkrieg’ (‘guerra relámpago’) arrasó las posiciones del Ejército Rojo. Las semanas siguientes culminaron con el embolsamiento y la captura de veinte divisiones y tres ejércitos soviéticos en Uman y Smolensko. Triste preludio de lo que se avecinaba en la capital que hoy vive un asedio estremecedor de manos de Putin.

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Budyonny, a la izquierda de la fotografía

«Treinta y ocho mil prisioneros en la región de Roslaw, cien kilómetros al sur de Smolensko. El avance al este de Umán, donde fueron capturados 103.000 bolcheviques, supone el corte del ferrocarril que une Kiev con Odessa», explicaba ABC a principios de agosto de 1941. Unido a las victorias del Grupo de Ejércitos Centro, la ‘Wehrmacht’ parecía imbatible. Sin embargo, a finales de mes cambiaron las tornas y se produjo un estancamiento en el frente. A las puertas de Moscú, Gueorgui Zhúkov detuvo la expansión de los panzer teutones y frenó en seco la Operación Barbarroja. La sombra del ‘invierno ruso’ y el ‘general barro’ empezaba a barruntarse en el horizonte.

Los alemanes se detuvieron a 300 kilómetros de la urbe. Aunque lo peor no fue el bloqueo, sino el cambio de paradigma de un Hitler que, en la famosa directiva 21, había confirmado que el centro de sus obsesiones era la capital rusa: «El objetivo es ocupar el importante centro de comunicaciones y de fabricación de armamento, Moscú». De aquella máxima pasó a una controvertida decisión: desplazar las fuerzas del Grupo de Ejércitos Centro hacia el sur para doblegar la dura resistencia de Ucrania, forjada a golpe de un millón soldados de infantería. Guderian no se lo tomó demasiado bien: «Estábamos todos de acuerdo en que la marcha sobre Kiev conduciría a una campaña de invierno que, a su vez, originaría una serie de dificultades que el OKH debería evitar».

Según afirma el profesor Sebastián Pereira Pinto en ‘El frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial. Ucrania como ejemplo de resistencia basada en el nacionalismo’, hay que entender esta orden desde la perspectiva de las victorias en Uman y Smolensko. En sus palabras, aquellas derrotas del Ejército Rojo insuflaron una excesiva moral de victoria en la ‘Wehrmacht’ y en el mismísimo ‘Führer’. Parecía que, después de Ucrania y Kiev, nada se interpondría en el camino hacia
Stalingrado y Moscú. Ni siquiera el ‘invierno ruso’ que –como ya había estudiado el mismo Guderian– había doblegado a Bonaparte en su retirada a través de Rusia.

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Stalin, en su despacho

No se puede negar que a su favor se hallaban múltiples factores; uno de ellos, el oficial al mando del frente suroeste: Semyon Mijailovich Budyonny. Hombre de milicia, nacido en 1883, este mariscal de gigantesco mostacho se había curtido en la Primera Guerra Mundial y como cabeza visible del Primer Ejército de Caballería durante los años veinte. Vasili Grossman le había acompañado durante la guerra civil rusa, y lo cierto es que no había hablado demasiado bien de él. «Fue el propio Budionni quien, cuando los relatos de Bábel comenzaron a publicarse, denunció su antiheroísmo, la mirada poco épica de un escritor que, según sus palabras, apenas hubiera merecido estar en el ‘rabo de la caballería roja’», explicaba en una tercera de ABC Luis Mateo Díez. Vaya si acertó….

En 1941, Budyonny contaba a sus órdenes con varios cuerpos de artillería, casi un millón de soldados y una ingente cantidad de carros de combate. Tropas que Stalin había acumulado por si se decidía a entrar en los Balcanes. De lo que carecía era de una mentalidad capaz de adaptarse a la guerra relámpago germana. Así lo confirman autores como Dennis E. Showalter, quien lo define como un «viejo jinete de caballería» y «un anacronismo en la era del motor de explosión». Pereira, por su parte, afirma que el militar no había actualizado sus tácticas y, en lugar de apostar por una defensa elástica, cayó en el error de combatir como lo había hecho durante tres décadas. Un desastre.

El mismo Zhúkov urgió a Stalin a abandonar las viejas tácticas de combate estático que de poco habían servido a Polonia y Francia. En lugar de ello, le instó a abandonar Kiev y establecer una defensa efectiva en retaguardia. Pero no sirvió de nada. De hecho, solo le valió para ganarse una degradación y la animadversión de un Camarada Supremo cejado a cumplir con la promesa de resistir que había hecho a Winston Churchill. La batalla última fue orquestada por un arquitecto desfasado que, en breve, se vio embolsado y obligado a combatir en la capital ucraniana hasta el último hombre. Una ‘Blitzkrieg’ de manual liderada por Guderian, el mago de los blindados que la perfeccionó en base a sus conocimientos sobre los combates mecanizados.

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El cerco de la urbe comenzó a finales de agosto de 1941. Fue, según los historiadores, el mayor embolsamiento de la historia. Unas semanas de combates después, el 17 de septiembre, la ‘Wehrmacht’ entró en la urbe. El día 21, ABC replicó en su edición impresa el parte de guerra germano: «Las divisiones de la infantería alemana, en colaboración con las fuerzas aéreas, han conseguido atravesar en varios puntos la línea poderosamente fortificada de Kiev. En audaz ataque han entrado en la ciudad, mientras que el enemigo se retiraba de la misma». La conclusión era igual de dolorosa: «Han izado en la ciudadela la bandera de guerra alemana». El desastre culminó el 26.

Aunque, para entonces, Budyonny ya se hallaba lejos de allí. El 13 de septiembre, Stalin le destituyó y reemplazó por Semyon Timoshenko. Jamás se le volvió a permitir estar al frente de las divisiones del Ejército Rojo sobre el terreno. Pasó a tener un papel testimonial. Y gracias a su buena relación con el Camarada Supremo, vaya. Fue puesto a cargo del Frente de Reserva y, poco después, nombrado Comandante del Frente del Cáucaso Norte. Al menos hasta que los alemanes se acercaron a sus dominios. Cuando la batalla llamaba de nuevo a su puerta, perdió de nuevo su cargo. Al final, voló de un puesto honorífico a otro. Normal, pues su ineptitud, unida a la obsesión del dictador por no retirarse de la ciudad, provocó la pérdida de casi un millón de soldados.


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