Saturday, April 20

«Cervantes habla de nuestros males, yo lo declararía obligatorio»


Si Cervantes hubiera sabido que el futuro era suyo, que su talento se impondría a la constelación de genios del Siglo de Oro, habría hecho lo que hizo, exactamente. Sin padrinos ni universidad, avanzó por la vida sin importar cicatrices, cautiverios, alegrías o experiencias que le llevaron a conocer el tuétano de su época. Triunfó un día con el ‘
Quijote’, divirtiendo al personal, y respondió con templanza a las envidias desde entonces, incluso a la suplantación de Avellaneda, ofensa suprema que no le ha pasado a nadie más. Por si acaso, dejó tenues pistas sobre su persona en algún prólogo, en algún poema. Sin ahorrarse ni un metal, ni el fósforo de sus propios huesos para los altos

 hornos de la lengua.

Uno empieza a leer este ‘Cervantes’ de Santiago Muñoz Machado, editado por Crítica, con la aprensión de las mil páginas que ocupa. Pero de inmediato se ve inmerso en la aventura: descubrir cómo conocimos al mayor escritor que han dado los siglos, y por qué hay cosas aún difíciles de saber sobre él. El director de la Real Academia Española ha llevado al límite esta biografía que revisa cada hallazgo, pondera cada error, se asoma a cada misterio del manco sano. En ningún libro se dibujan como en este la bravura y otros rasgos de Cervantes.

Explica Muñoz Machado que en 1733, Vicente de los Ríos, un joven teniente de artillería, llama a las puertas de la RAE. «El secretario, Angulo, el primer autor de un proyecto de Gramática, le recibió, escuchó su elogio de Miguel de Cervantes. La Academia se quedó enamorada de aquel texto y le pidió al joven artillero que escribiera una vida de Cervantes que fuera mejor que la que habían escrito los ingleses, la de Mayans, para la edición del Quijote de 1738. El Quijote nos había avergonzado a los españoles porque no habíamos hecho aún una edición decente». La Academia decidió arreglar el tuerto, recuperar la biografía, homenajear a Cervantes, exaltar su figura y convertirlo en un mito nacional e internacional.

—El libro arranca desde lo que Cervantes dice de sí mismo y llega a reconocer cada hallazgo posterior sobre su vida. ¿Por qué es tan minucioso?

—Me molesta mucho desde el punto de vista intelectual que la gente se apropie de ideas ajenas. Y la biografía de Cervantes ha sido una obra colectiva que inició él mismo. Dejó fragmentos de su vida escritos en su obra.

—¿Por qué lo hizo?

—Él sospechaba que nadie lo iba a tener en cuenta. El primer biógrafo de Cervantes, Mayans, recopila todos esos fragmentos y hace con ellos una biografía que se publicó en el Quijote de Carteret.

Era una vergüenza que los ingleses ya lo valoraban y nosotros todavía no.

—Pero en España empiezan a investigar. Se crea la afición a la vida de Cervantes y habrá muchos investigadores que irán a los archivos parroquiales, municipales y estatales. Se desata una pasión por averiguar cosas de Cervantes, en un trabajo de un siglo y medio detrás de la vida del autor.

—Que deparó grandes sorpresas…

—Muchos escribían sobre la maravillosa inteligencia de un ser excepcional y al investigar se encuentran que era un ser humano con todos los vicios. Descubren que había sido procesado, que estuvo en la cárcel en Sevilla, que sus hermanas eran tirando para frívolas. No sabían que había una hija natural, ¿de dónde ha salido?, que nace el mismo año en el que él se casa con otra… El san Cervantes no era ya san Cervantes. Y todo eso fue producto de muchas investigaciones. No es honesto escribir biografías de Cervantes, como tantas que hay, en las que el biógrafo no cuenta quién ha averiguado cada cosa.

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—La vida le lleva a la obra, casi como un puente aéreo.

—El primer Quijote fue algo penoso, lleno de erratas. Menéndez Pelayo decía que eso de que Cervantes era un tipo descuidado y escribía como hablaba no es verdad. A Cervantes le costó diez años el paso del primer volumen al segundo, lo meditaba mucho. Lo hacía con mucha meticulosidad. Las erratas son culpa de los cajistas y editores. A veces, como ha contado Rico, ponían o quitaban texto para cuadrar la página.

—Aporta buenas historias en ese capítulo, como la de John Bowle.

—Es fantástico que el primer anotador de su obra sea un cura inglés. Bowle no sabía español y aprendió él solo, mirando las palabras en el Covarrubias para interpretar a Cervantes. Aportamos eso, reunir los procesos y detalles que permitieron que este hombre fuera un mito.

—Hablemos de sus enemigos: a nadie más le pasa lo de Avellaneda. ¿Por qué tuvo tantos?

—Es que Cervantes no era nadie. Hasta 1605, que es cuando se difunde el Quijote y se convierte, de pronto, en el rey. Hay un montón de gente muy orgullosa que había ocupado el trono literario. Y ahora viene un tío que les destrona, que es un recaudador de alcabalas, que no ha estudiado en ninguna universidad. No pueden con él. ¿De dónde le viene su sabiduría? Es una cosa intolerable para los envidiosos.

—Todo eso no le envenena.

—Lo mejor de Cervantes es su calidad personal. Él desprecia todo eso y se sitúa siempre por donde él quiere.

—Es de una templanza obstinada.

—Obstinada y maravillosa. No es muy común, no muy español. Me parece soberbia esa manera de responder con templanza y por encima de todo el mundo. Es como si supiera que el futuro era suyo. El regocijo de las musas, que es lo que le dice un estudiante que lo reconoce volviendo de Esquivias y él lo cuenta en el prólogo del ‘Persiles’: «Usted es Cervantes, el manco sano, el regocijo de las musas». Es verdad, nació para entretener a la gente, lo sabía hacer.

—¿No es un escritor a palos? Él no quería tanto escribir como una merced en América o la gloria militar. Cosas de su época. Y sin embargo, cuando fracasa en esas cosas es cuando se sienta a escribir.

—Lo que creo es que es un personaje que no encuentra su destino fácilmente. Hace el discurso de las armas y las letras: yo soy de armas, no de letras. Y es más difícil retribuir a un hombre de armas. Debía de ser un tipo de una bravura extraordinaria. Se mete en guerras, lo que cuenta Aedo sobre la batalla de Lepanto es tremendo. Ese día estaba malo, enfermo y decide subir a combatir al esquife y le pegan tres arcabuzazos nada más entrar. Y las cosas que hace en Argel son de hombre bravo. Se escapa y repite el intento. A la gente que pillaban a veces la descuartizaban. Ahí le montan el invento de que estaba enamorado Hasán de él y tenían relaciones homosexuales. A partir de ahí contrae una leyenda que debió pesarle mucho en vida.

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—¿Cómo se sobrepone a la calumnia?

—Cervantes no se va de Argel sin hacer una información sobre sí mismo. Pregunta a todo el mundo para registrar testimonios y presentárselos al rey. Ya veía que la difamación había sido importante. El fraile Blanco de Paz, dominico que declara contra él que tenía pecados horrendos, sienta una calumnia de la que Cervantes no se sobrepone en toda su vida, ni aun hoy, porque escritores como Arrabal o Juan Goytisolo han escrito que era homosexual. No hay pruebas y eso era muy grave en el XVII.

—La lectura presentista no ayuda a entenderlo.

—Cómo es el matrimonio en el siglo de Cervantes lo cuento como nunca antes se había contado. Escribe con un pie puesto en la pareja pretridentina y otro pie en la postridentina. Juega con ello y por eso aparecen en sus obras barraganas con la misma naturalidad que matrimonios. Y le gusta más hablar de parejas que nada en el mundo.

—También aclara otras dobleces, como la de que era erasmista.

—En el libro corrijo esa idea. Nadie niega que era religioso, pero Américo Castro fue fundamentalmente en 1925 el que lanzó la idea. Era algo muy serio en su tiempo. Erasmo era importante hasta 1530, pero desde la Reforma cortaron con él y pasó a ser herético. Por poner a Cervantes en la modernidad, por tildarlo de libertario, feminista, contrario al sometimiento de la mujer al varón, que son ‘boutades’ porque no existía nada de eso en aquel siglo, sostienen que era erasmista. Yo cuento lo que pensaba Erasmo de Rotterdam y muestro que no hay rastro en su obra.

—¿De dónde sale entonces?, ¿por qué la manía de echarle sombras raras?

—Por una broma sobre las procesiones o una ironía sobre la presencia de reliquias en las Catedrales no era erasmista. Son elementos del culto externo, que Erasmo odiaba. Pero aunque ironiza con ellas, esas críticas tienen un peso literario indudable, son importantes, las utiliza porque son muy divertidas. Son rasgos superficiales en un hombre de religiosidad católica y tridentina, lo cual no empece para la calidad de su obra. Ser católico cerrado no le desmejora. Cervantes es todo eso. Y además el primer literato de nuestra historia.

—¿Su ironía es, pues, muy singular?

—Es singular. Marcela, personaje que aparece en el bosque porque la querían casar con uno y huye, luego hace un discurso sobre su libertad muy singular. No es que defienda la libertad sexual de la mujer, porque eso se contrasta con otros personajes. Cervantes pretendía la libertad antigua frente al abatimiento de esa libertad frente a un estado nuevo, la monarquía absoluta, que acaba con los fueros y costumbres. ‘Allá van leyes do dicen reyes’, dice el aforismo. Antes la ley era la costumbre. Esa libertad la añora. El mundo rural y la sociedad urbana, con su capitalismo y corrupción, son su contraste.

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—Suena a la España vaciada y la corrupción, como ahora. Pero a Cervantes ya no se le lee en la escuela.

—Hoy poco. Es lamentable. El éxito sería que llamase la atención a los jóvenes, que vuelvan la cara a literatura como esa. Si te explican el contexto, hay un momento en que entiendes bien el Quijote. Hay cosas que se explican mal.

—¿Por qué es importante?

—Yo lo declararía obligatorio. En algún momento hay que leerlo. Comparto la ideología de los críticos de finales del XIX y del XX, que creían que hay cosas en Cervantes que conciernen al ser y la naturaleza de España. Este señor habla de nuestros males. Probablemente estamos entrando en una época oscura, pero no para Cervantes, para toda la literatura. Tenemos que promover el amor a los clásicos, de algo que no tiene que ver con lo que hacen los ‘youtubers’.

—¿Es una lucha cervantina?

—No nos conformamos. El Quijote es la mayor creación de la imaginación humana en español que se ha producido nunca. Un ejercicio prodigioso de imaginación y expresión literaria que no se ha repetido, ni antes ni después.

—¿Qué le ha aportado el contexto estudiado que no sabía de él?

—Su obra no se entiende si no explicas qué estaba pasando en la España de entonces. ¿Por qué dice que odia a los judíos? Había leyendas como el Santo niño de la guardia, que son tremendas. ¿Por qué escribe lo que escribe en ‘La gitanilla’? Porque sabe que a los gitanos les han echado de todas partes y vagabundean. Él inventa la literatura de gitanos. Yo he conectado las vivencias sociales con la literatura. ¿Por qué sabe tanto de magia?, ¿de vestimenta?, ¿de derecho?

—¿Hasta qué punto considera que se atrevió a criticar el poder?

—Lo hizo con mucho cuidado. Tenía una situación económica complicada, con antecedentes difíciles, y se cuida mucho siempre del poder y de la religión. Ortega y Américo Castro le llaman hipócrita porque se cura en salud. Encubre con ironía muchas cosas que piensa y no puede decir. Hay una crítica acerba al poder de su tiempo en su obra, contada con una gracia inigualable, pero la hay. La gitanilla lee la buenaventura a un alguacil, que no tiene para darle una limosna, y ella le dice: «Coheche usted, señor tiniente, coheche». ¿De qué manera se puede expresar mejor que cohechar era una práctica ordinaria? Hay montones. A Sancho le dice don Quijote en Barataria: ¿cómo es posible que tú, un burro, haya llegado a gobernador? Porque queda implícito que puede llegarse sin saber nada. Es deslumbrante la crítica política que hace.


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