Saturday, April 20

Cómo es estar un mes usando un iPhone 13 Pro tras años como usuario de Android


Llevo años usando móviles Android, pero siempre he seguido muy de cerca la evolución de los iPhone de Apple. A pesar de estar muy contento con el smartphone que uso a diario —un Huawei P30 Pro—, surgió la posibilidad de usar un iPhone 13 Pro durante un mes tras años sin apenas tocar uno de esos dispositivos.

He aprovechado esa oportunidad y he podido experimentar en mi día a día cómo es la experiencia de usuario con uno de los mejores móviles de Apple. Tras este mes usando el iPhone 13 Pro, ¿qué me ha parecido la experiencia? Es lo que cuento a continuación.

Un poco de historia

No soy del todo nuevo en esto de tener un iPhone. Compré el iPhone original y luego el iPhone 3G, pero en 2010 abandoné el mundo iOS para adentrarme de lleno en el mundo de smartphones basados en Android. Empecé con un HTC Desire, y luego pasé por varios terminales (tengo fantásticos recuerdos del OnePlus One y el Xiaomi Mi 6) hasta mi última compra, un Huawei P30 Pro que compré en septiembre de 2019 por su calidad como móvil fotográfico.

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En la última década no he tenido apenas contacto con los iPhone de Apple, aunque sí con otros productos de la compañía: mis hijos tienen un iPad, y desde hace unos meses trabajo a diario con un Mac mini M1 que ha cumplido con lo que esperaba de él tras adaptarme (y adaptarlo) a mis rutinas y forma de trabajar.

Sirva esto pues como introducción de alguien que se enfrenta a un cambio de plataforma móvil. Uno que me provocaba temores y expectativas. Temores sobre todo por una experiencia de usuario que conozco —en Apple “son lentejas” y casi siempre hay que hacer las cosas como el sistema te dicta— y expectativas sobre todo en áreas como la usabilidad o, muy especialmente, su cámara de fotos.

Caray, este móvil pesa

Es curioso cómo funciona la mente. El iPhone 13 Pro es tan solo 12 gramos más pesado que el P30 Pro, pero nada más cogerlo me pareció mucho más pesado.

Quizás por esas dimensiones más reducidas que en cierta forma lo hacen más “denso”, pero sea como fuere, esa sensación no ha desaparecido durante todos estos días: daba igual que cupiese mejor en el bolsillo que mi móvil habitual: siempre parecía aún más pesado de lo que la diferencia real marcaba.

Más allá de ese detalle, el diseño del iPhone destaca por ese chasis lateral plano y recto —aunque con un ligero bisel en los bordes— y, por supuesto, por el ya célebre notch o muesca que alberga la cámara frontal y los sensores de Face ID. He de reconocer que esa muesca no me ha causado molestias en el uso del móvil la mayor parte del tiempo.

Primeros encontronazos

Tras el primer encendido, tocaba tratar de trasladar los datos de mi móvil Android al iPhone. Apple ofrece una utilidad “Pasar a iOS” que permite migrar contactos, calendarios, cuentas, aplicaciones —si están disponibles en la App Store— y por supuesto fotos que ya tuviéramos desde el terminal Android.

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El proceso funciona realmente bien, aunque cuando acabó el iPhone mostraba un buen montón de escritorios virtuales en los que había ido situando los iconos de las aplicaciones. Ahí, claro, primera y esperable molestia: la de colocar todo como a mí me gusta, que básicamente es como ya lo tenía en el P30 Pro.

Ahí está esa primera diferencia al usar el iPhone, que por defecto parece entender que quiero tener todos esos iconos en distintos escritorios virtuales: en mi móvil Android tengo dos escritorios con las apps más frecuentes, pero el resto las tengo disponibles en el cajón de aplicaciones al que accedo con un gesto desde la parte inferior de la pantalla de inicio hacia el centro de la misma.

En iOS es posible tener algo parecido gracias a la biblioteca de aplicaciones, que organiza automáticamente las aplicaciones y que nos permite “ocultar” los iconos de las aplicaciones que usamos menos frecuentemente. El sistema funciona, aunque durante todo este tiempo he echado de menos el mecanismo de Android/EMUI, que por ejemplo no me obliga acceder al escritorio que está más a la derecha para acceder a esa biblioteca de apps.

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Con iOS 14 también llegaron los widgets, y eso me pareció prometedor porque uso el widget “alargado” de Google que ocupa una fila en mi P30 Pro. Quería replicar ese comportamiento en el iPhone 13 Pro, pero no pude. Instalé la app de Google que da acceso al widget, pero solo hay uno que ocupa 2×2 (dos filas de alto por dos de ancho) en lugar del formato 4×1 del widget para Android.

No se acaba el mundo, desde luego, pero en esa experiencia con iOS esas pequeñas trabas han sido frecuentes. Pequeñas cosas que hacía de una forma en Android y que no puedo hacer igual en el iPhone bien porque iOS no me deja o, simplemente, porque las aplicaciones están diseñadas de otro modo.

iOS, tengo un problema con tu teclado

Una vez todo está colocado, puedo empezar a usar el iPhone como usaría mi Android. O no, porque de primeras me encuentro con algo especialmente molesto: el teclado de iOS, con el que no me hago. En Swiftkey para Android, que es el que uso a diario, tengo acceso rápido a signos de puntuación —me gusta poner puntos y coma y tenerlos “delante”— y algo importante: a la fila de números.

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De izquierda a derecha al redactar un nuevo mensaje en Gmail: Swiftkey en Android, teclado nativo de iOS, y Swiftkey en iOS mientras aparece el menú de selección de teclado. Esa barrita inferior, Apple, sobra.

Eso no es posible en el teclado nativo de iOS, que oculta la fila de números y que tampoco deja claro cómo poner símbolos de puntuación. Es relativamente fácil acceder a ellos una vez, pero “no están ahí”, y eso me resulta molesto. La cosa se agrava con la citada fila numérica, pero afortunadamente hay una solución: instalar otros teclados como Gboard o Swiftkey para iOS.

Eso permite tener acceso a ese teclado que ya manejaba, pero aquí hay otro problema constante del teclado de iOS. ¿Por qué (narices) siempre muestra esa barra inferior con ese icono del “globo” y el micrófono?

El icono del globo permite cambiar de teclado de forma rápida: si uno prefiere usar el teclado nativo de Apple en WhatsApp y luego Swiftkey en Gmail puede hacerlo, pero es que eso me parece absurdo: una vez eliges un teclado me parece raro que quieras usar otro distinto para otra aplicación.

En Android puedes cambiar el teclado desde los ajustes del sistema. En iOS por alguna razón el sistema está constantemente dándote esa opción, como si uno estuviese todo el rato saltando de uno a otro.

No es mi caso, y no entiendo el sentido de esa decisión visual, que me parece incosistente e, insisto, absurda: resta unos preciosos píxeles verticales a la visión general de la pantalla con dos opciones que no voy a usar —no he usado el icono del micrófono ni una vez—, pero lo peor no es de hecho que estén ahí: lo peor es que Apple ni siquiera dé la opción de quitarse de encima esa barra.

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Hay otro elemento que no acaba de convencerme hasta que descubrí la solución: cuando quieres corregir una palabra de las que has escrito, lo normal en Android es que pinches en el sitio donde quieres colocar el cursor y el sistema lo coloque ahí. Puedes equivocarte un poco, pero luego es fácil moverse exactamente donde quieres dentro del texto.

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Al editar texto, el descubrimiento fue mantener la barra espaciadora pulsada para que el teclado “desaparezca” y en su lugar tengas una especie de touchpad con el que moverte por el texto para poder luego corregir rápidamente.

Con iOS ese control es bastante distinto y no he llegado a acostumbrarme a él: no hay manera de situar el cursor en mitad de una palabra: iOS se empeña en dejar el cursor al final o al principio, así que acabas rindiéndote y borrando para volver a escribirla por completo.

¿Cuál es la solución? Mantener pulsada la barra espaciadora del teclado para que de repente tengas a tu disposición una especie de touchpad virtual que permite moverse rápidamente y con precisión por el texto para dejar el cursor exactamente donde uno quiere. Tardé en descubrir esa opción, pero una vez hecho esa queja afortunadamente quedó eliminada.

Espera, ¿cómo vuelvo atrás?

Y luego está la otra pequeña gran molestia. Seguro que cualquiera de los que hayáis usado Android recordáis esos botones capacitivos que permitían acceder al inicio, a las opciones o volver atrás. Apple dio un paso al frente con el control por gestos en el iPhone X —no fue la primera—, y aquello acabó llegando a terminales Android para ganar por fin la batalla a los marcos de pantalla.

El Huawei P30 Pro fue el primer terminal en el que pude usar ese control por gestos, y pronto confirmé aquella sensación previa de que el mundo sería de los gestos. Los botones estaban bien, pero los gestos son fabulosos, y al pasar de ese terminal al iPhone esperaba que todo fuera igual de fabuloso, sobre todo teniendo en cuenta que Apple fue la referencia para el resto de fabricantes de móviles.

No lo ha sido tanto, y el problema se debe esencialmente a algo que me parece asombroso en un dispositivo que presume desde hace años de coherencia y consistencia: el gesto de volver atrás es precisamente de todo menos consistente.

En Android —al menos, en muchos terminales— uno puede hacer el gesto hacia atrás deslizando el dedo desde fuera de la pantalla hacia el centro, tanto si lo hace desde la derecha como desde la izquierda. Sabes que eso te va a devolver al paso o pantalla anterior. A deshacer algo que habías hecho, o a pasar por ejemplo de ver la foto que acabas de hacer al modo cámara de nuevo. Da igual donde estés: el gesto siempre es el mismo y siempre hace lo mismo. Como debería ser.

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En el correo de Gmail el gesto no funciona. En las fotos tampoco, pero hay salvación: tienes la flecha hacia atrás de la parte superior izquierda o un gesto distinto, deslizar el dedo desde el centro hacia abajo para volver a la cámara. En Firefox el gesto sí funciona (pero solo al deslizar el dedo desde fuera del borde izquierdo hacia el centro, hacerlo desde el borde derecho no funciona).

En iOS no ocurre eso. Hay muchas situaciones en las que para volver atrás necesitarás pinchar en un pequeño acceso en la parte superior izquierda que puede ser un aspa, una flecha hacia atrás o quizás el nombre de la aplicación. Depende de cada aplicación y cada escenario.

Ese gesto no está disponible por ejemplo en algo tan frecuente como es la cámara: haces una foto y pinchas en la miniatura para comprobar qué tal ha salido: para volver a la cámara no puedes hacer ese gesto, pero al menos tienes dos opciones: o bien hacer clic en el pequeño símbolo de la parte superior izquierda, o bien hacer otro gesto distinto: desde el centro de la pantalla hacia abajo, lo que por fin te lleva de nuevo a la cámara.

Si al estar en el visor de fotos intentas hacer el gesto desde fuera de la pantalla, iOS no hará ni caso: simplemente interpretará que quieres ir a la foto anterior o siguiente según el sentido en el que hagas el gesto. En Android si quieres pasar a la foto anterior o siguiente haces el gesto del centro de la pantalla a izquierda o derecha. Igual soy yo, pero el funcionamiento me parece más coherente, sobre todo porque como decía antes se repite una y otra vez a lo largo de toda la interfaz de usuario y las aplicaciones.

En esa mecánica de gestos poco consistente hay no obstante alguna buena sorpresa. La mejor en mi opinión es Spotlight, que los usuarios pueden invocar desde la pantalla de inicio haciendo el gesto de deslizar el dedo desde el centro de la pantalla hacia abajo.

Este buscador/lanzador es realmente potente, y su evolución a lo largo de las distintas versiones de iOS ha hecho que vaya ganando más y más opciones y se convierta en el verdadero asistente de nuestro móvil. Mucho mejor que Siri en mi opinión —que está claramente por debajo del asistente de voz de Google— y que es de hecho una característica con la que me gustaría contar en Android algún día.

¿Qué hora es?

En esta experiencia con el iPhone 13 Pro la experiencia de uso ha sido también  respecto a lo que ya tenía poco convincente en otras áreas como rutinario en mi terminal Android.

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No tener pantalla siempre activa en el iPhone 13 Pro es en mi opinión decepcionante.

Eso se nota por ejemplo en algo tan tonto como la pantalla activa. Mi Huawei P30 Pro ofrece esa opción y la tengo habilitada: siempre se muestra la hora en la pantalla bloqueada, y además aparece la fecha, la batería e incluso pequeñas notificaciones de aplicaciones como el correo de Gmail o de WhatsApp.

Eso no es posible en el iPhone 13 Pro. Hay rumores de que lo será en los iPhone 14 Pro/Max gracias a sus pantallas LPTO —de nuevo, más rumores—, pero hoy por hoy no es posible disfrutar de ese modo ‘always-on’ y de esa información cuando bloqueamos el móvil.

Apple ya tardó en implementar esa opción en sus Apple Watch, y parece que también se está haciendo de rogar con una función que es muy popular en terminales Android. Indudablemente eso puede afectar al consumo de la batería, pero las pantallas OLED hacen que en esos modos la eficiencia sea fantástica, y si tienes dudas siempre puedes deshabilitar la pantalla activa desde las opciones.

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Hablemos de privacidad y de la ubicación

Sin embargo, hay un problema aún mayor. Uno que tiene mucho que ver con esa imagen y mensaje de la propia Apple. Eso de que ellos protegen siempre tu privacidad porque al fin y al cabo su modelo de negocio es muy distinto al de Google.

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Me resulta extraño e incluso sospechoso que Apple no incluya un interruptor rápido para la ubicación en sus accesos rápidos. En lugar de eso hay que ir a los Ajustes de iOS, algo mucho más engorroso.

Uno esperaría que todo su enfoque fuera dirigido a ello, pero he encontrado una faceta en la que ese discurso sobre la privacidad se tambalea: la gestión de la ubicación.

Si están tan preocupados por protegerla, ¿por qué hacen esa gestión tan incómoda? En mi móvil Android tengo la ubicación desactivada casi siempre. Si quiero activarla accedo al menú rápido desde la parte superior, la habilito y sigo. Y cuando quiero deshabilitarla, lo mismo.

Lo hago constantemente con Waze: soy bastante cuidadoso con esto, y salvo que sea estrictamente necesario intento que esa función esté deshabilitada. Es cierto que hay otros métodos para que las empresas nos tengan ubicados, pero yo trato de ponérselo algo más difícil.

Con el iPhone 13 Pro no hay acceso rápido a la ubicación. Entre los iconos disponibles están el de habilitar o deshabilitar la Wi-Fi, la conectividad Bluetooth o el modo avión, pero no hay “interruptor rápido” para la ubicación.

Para deshabilitarla uno tiene que irse a Ajustes->Privacidad->Localización, y es ahí donde podrá activarla o desactivarla. Yo me he encontrado yendo una y otra vez a ese menú para desactivar la ubicación tras usarla.

Ocurría por ejemplo en Waze, que me pedía activarla, pero que luego, al terminar el trayecto, no acababa de querer apagarse del todo, y me avisaba de que estaba preparado para el próximo trayecto. No, Waze, no. Apágate, que ya te encenderé yo. Y vuelta al menú de Privacidad para deshabilitar la localización. Una molestia importante, creo yo, e innecesaria en ese enfoque a la privacidad del que tanto presume Apple.

Un poco de todo

Hablando de la pantalla, la del iPhone 13 Pro es desde luego sobresaliente. Es más brillante que la del P30 Pro y el ajuste automático de luminosidad también funciona mejor —aquí Huawei nunca ha acabado de pulir esa opción, al menos en mi caso—. La característica Pro Motion es otra de las grandes promesas del terminal, y ciertamente se nota cómo los scrolls verticales por ejemplo al navegar son más suaves y fluidos.

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También fue interesante decir adiós (o más bien, hasta luego) al sensor de huella dactilar para psaar a un sistema biométrico dominado totalmente por Face ID. Aquí tengo varias dudas y consideraciones.

La primera y más importante es la que afecta a la voluntariedad: para mí hay mucha más intención de desbloquear el teléfono cuando uno usa el sensor de huella dactilar: es un gesto inequívoco, uno que dice “que sí, que quiero desbloquear el teléfono”.

Con Face ID el comportamiento es sensiblemente distinto: ciertamente necesitas mirar la pantalla, pero es que miramos mucho las pantallas de nuestros móviles y ahí podría haber “falsos positivos” y desbloquear funciones cuando realmente no era nuestra intención.

Teniendo en cuenta que esa mirada da acceso a contraseñas o a pagos móviles, diría que tener la opción de la huella es más interesante para mi modelo de uso. El reconocimiento facial es muy cómodo, sin duda —yo mismo lo uso en mi P30 Pro para desbloquear el terminal—, pero me transmite menos sensación de seguridad por lo comentado.

Diría que eso es precisamente lo que justifica la forma de desbloquear el iPhone 13 Pro. Lo haces mirando al teléfono, claro, pero en realidad necesitas dos cosas: mirarlo y luego deslizar la pantalla hacia arriba para, efectivamente, acceder al escritorio o aplicación que estuvieses usando.

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En Android al usar el lector de huella eso no es así: uno coloca el dedo sobre el sensor y automáticamente se desbloquea el móvil para situarse en esa pantalla de inicio o esa app que teníamos abierta. Es una acción menos, por decirlo así, un proceso más directo. En el caso de iOS, esa acción adicional precisamente evita lo que decía de los falsos positivos. Es un “Sí, te estoy mirando y quiero desbloquear el móvil”.

A partir de ahí, lo cierto es que como decía Face ID es un dignísimo sustituto de la huella —aunque lo he usado con mascarilla y gafas de sol y el resultado era desigual—. El sistema operativo se encarga por ejemplo de autorellenar contraseñas guardadas con ese sistema, que es en esencia lo mismo que ocurre en Android cuando quieres desbloquearlas y Google te pide que uses la huella dactilar.

Sí me ha gustado mucho ese gesto para realizar pagos móviles que requiere que pulses rápidamente dos veces el botón de encendido. Al hacerlo el sistema detecta que quieres pagar con Apple Pay, y te pide que te identifiques con Face ID. El funcionamiento es impecable, y de nuevo es algo que vería muy útil tener en mi móvil Android con un mecanismo similar.

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Otro de los elementos tradicionalmente célebres de los iPhone es el de la batería, con una autonomía excelente. Aquí me temo que la cosa no me ha parecido milagrosa, y en un uso normal el móvil aguantaba más o menos lo mismo que aguanta mi P30 Pro. Algo más, seguro, pero nada que realmente me haya hecho descubrir aquí ninguna revolución.

De hecho en el ámbito de la batería y su autonomía aprecio más otros temas, como la carga inalámbrica —que uso constantemente, tengo un soporte de carga vertical que he usado también con el iPhone— como la carga rápida. Esa opción está disponible en los últimos iPhone, pero siempre con un cargador que debes comprar aparte y que en está muy lejos de la carga rápida de algunos terminales Android que en ese punto quizás hasta exageran un poco.

Mitos y realidades de la cámara del iPhone

Llegamos al que probablemente era el apartado que más expectativas me había generado: el de la cámara de los iPhone, que siempre ha sido referente en este segmento y que de hecho se ha convertido en uno de los argumentos más claros del precio de estos terminales.

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A la izquierda, fotos tomadas con el iPhone. A la derecha, con el P30 Pro. El nivel de detalle sube en el móvil de Apple, pero no de forma especialmente dramática.

Mi idea aquí no es hacer una comparativa detallada de fotografías tomadas en el P30 Pro y en el iPhone 13 Pro: para ese tipo de análisis tenemos el excepcional trabajo reciente de mi compañero Ricardo Aguilar o los análisis de estos y otros modelos que han ido pasando por Xataka.

Lo que sí quería compartir eran más bien las conclusiones y las sensaciones que me ha transmitido la cámara. Como comentaba en el comienzo del artículo, una de las razones por las que me compré el Huawei P30 Pro en su día fue por la fantástica cámara que ofrecía.

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No me he arrepentido de aquella decisión, y casi tres años desde esa compra continúo pensando que el terminal sigue sacando unas fotos fantásticas que hacen que a priori no quiera jubilarlo a corto plazo.

Aún así, esperaba un salto decente en la fotografía del iPhone 13 Pro. La sorpresa es que no he notado ese salto: es cierto que el iPhone resuelve mejor ciertas situaciones y mejora el nivel de detalle —la captura de la imagen, a resolución total aquí— , pero no veo que las fotos sean muchísimo mejores que las que ya sacaba con mi smartphone.

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De hecho aquí quizás esté algo “viciado” con el postprocesado del P30 Pro, pero me encanta que les dé a muchas fotos —sobre todo en ultra gran angular y retrato— esae punto de saturación extra que hace que las fotos parezcan más vivas y tengan más “punch”. El iPhone aquí es quizás más honesto y honrado con la exposición o los colores —a veces he notado cierto tinte con tonos más amarillentos en las fotos—, pero también menos alegre.

Así pues, no me ha parecido que la cámara del iPhone deje mordiendo el polvo a la del P30 Pro. Evidentemente aquí la percepción de cada uno manda, pero insisto, ese salto que quizás esperaba ver no se ha producido. Eso es en cierto modo sorprendente si tenemos en cuenta que estamos hablando de una cámara de un móvil presentado en marzo de 2019 y otra de otro presentado en septiembre de 2021.

La cosa cambia de forma radical al grabar vídeo, eso sí. El P30 Pro ya flaqueaba mucho antes de que me surgiese la posibilidad de probar el iPhone 13 Pro, y ciertamente aquí sí hay un salto de calidad espectacular. La estabilización y calidad de los vídeos grabados con el móvil de Apple es prodigiosa, y los nuevos modos de grabación —como el curioso Modo Cine— no hacen más que contribuir a esa faceta. Chapeau.

Conclusiones: este no es el iPhone que yo estaba buscando

En toda esta experiencia hay una cosa clara y evidente: no soy el usuario ideal de Apple. Estoy muy lejos de ser un fanboy de la firma de Cupertino —no me considero muy fanboy de ninguna otra, en realidad— a pesar de que he usado varios de sus productos en las últimas dos décadas.

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No solo el iPhone: fui feliz propietario de un MacBook Air, y aunque durante años también estuve desconectado de los PCs y portátiles de Apple, acabé comprando el citado Mac mini M1 a finales del año pasado y lo uso para trabajar a diario. Estoy escribiendo este texto con él, de hecho.

Lo que ocurre es que tanto entonces como ahora soy muy de hacer las cosas como yo quiero hacerlas en los dispositivos que uso. No como una marca o fabricante me diga que tengo que hacerlas. Necesito cierta (o mucha) libertad de acción y valoro especialmente la personalización de los sistemas que utilizo: cuando usé el iPhone no paré de hacerle jailbreak —y de compartir cómo hacerlo—, y el Mac mini M1 me ha conquistado porque macOS me deja hacer las cosas como yo quiero.

Tengo muchos atajos cambiados para que sean clavados a los de Windows, por ejemplo, y también diversas herramientas y utilidades para la gestión de ventanas y tareas sea calcada a la del sistema de Microsoft. ¿Y por qué no usas un PC con Windows y ya, diréis? Pues porque el Mac mini M1 es un prodigio de eficiencia y de silencio.

El caso es que ahí está uno de mis carencias como potencial usuario de un iPhone 13 Pro: no estoy en el ecosistema de Apple, y esa es una de las grandes ventajas y encantos de sus productos: a medida que vas comprando sus dispositivos y viendo que todo funciona estupendamente entre ellos, vas entrando más y más en ese ecosistema.

No es mi caso, y aunque tengo el Mac mini no he usado apenas las funciones que hacen que sea interesante usar el iPhone en conjunción con ese equipo. He usado tímidamente AirDrop, por ejemplo, pero uso dispositivos de otros ecosistemas (Chromecast, Amazon Echo, equipos con Windows) y por tanto no percibo esa virtud —real y contundente— del ecosistema Apple.

Tampoco he aprovechado apenas otras funciones con mucho encanto en iOS, como los célebres atajos o las opciones relativas a los informes de privacidad de las apps. Aquí Apple sí trata de que seamos más conscientes (si queremos) de lo que se comparte a través de nuestras aplicaciones para limitar ese uso de datos, y eso sin duda es de agradecer.

Sin embargo la sensación general que me ha ofrecido el iPhone 13 Pro es la de un terminal muy decente, pero no superlativo. No hay ventajas claras en prácticamente ningún apartado en la inevitable comparación con mi P30 Pro salvo en la grabación de vídeo, y otros terminales Android son también fantásticos en esto.

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Me quedo (de lejos) con mi P30 Pro.

Aquí hay otro problema fundamental, y es el de que a los seres humanos no nos gusta que nos cambien nuestra forma de hacer las cosas. Sobre todo, no cuando con el cambio no se aprecian mejoras: un mes debería ser tiempo suficiente para notarlas, pero no lo he hecho.

Aquí es también evidente que cuando uno está acostumbrado a unas mecánicas y estas le gustan —y a mí me encanta mi interacción con mi móvil Android— es difícil que otras le convenzan más. Hago todo rápido y sin pensar en el P30 Pro, y tras un mes de uso del iPhone 13 Pro no he llegado a notar apenas mejoras en rapidez o fluidez en mi uso habitual del móvil.

En la mayoría de los casos tardaba más en hacer las cosas incluso después de aprender cómo se hacían y hacerlas repetidamente. Es como si a Apple le gustara que en muchos escenarios tengamos que “dar más clics”. Un ejemplo tonto: para seleccionar varias fotos en Fotos de iOS primero hay que pinchar en “Seleccionar” y luego ir seleccionando las fotos. En la Galería de mi P30 Pro solo tengo que mantener un instante más de lo normal el dedo sobre la foto con la que comienza la selección: luego solo tengo que seleccionar el resto.

La conclusión para mí era clara casi desde el primer momento porque la mayor parte del tiempo en el que he usado el terminal de Apple he echado (mucho) de menos mi P30 Pro. Esa era mala señal y tras este análisis la conclusión es clara para mí: el iPhone 13 Pro no es para mí.

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