La historia se repite. Pero, en contra de la tesis de Marx, no como farsa sino como drama. Eso es lo que está sucediendo ahora en Ucrania, donde unos 200.000 soldados rusos pretenden doblegar la resistencia con la que se han topado, probablemente con la finalidad de anexionarse una parte de esa nación. Son ya 25 días desde que comenzó la invasión ordenada por Putin, que ha provocado una catástrofe humanitaria sin precedentes desde la II Guerra Mundial.
Todavía hay habitantes en Ucrania que recuerdan los horrores que sufrió la población cuando Hitler ordenó la invasión de la Unión Soviética en la madrugada del 22 de junio de 1941. El balance de la brutal ocupación de los nazis fue
devastador: fueron asesinados entre un millón y un millón y medio de judíos y también perdieron la vida o fueron masacrados más de tres millones de ucranianos no judíos. El número de víctimas se acerca a los cinco millones en una población de 39 millones que tenía Ucrania a finales de 1940.
Considerando estas cifras y la destrucción provocada por la Wehrmacht, suenan a estrambóticas las palabras de Putin de que su objetivo es «desnazificar» Ucrania. Nada más falso. Ucrania no era una amenaza para Rusia ni albergaba ningún propósito agresivo. Zelenski, su presidente, es judío, lo que evidencia la absurda propaganda del Kremlin. La historia se repite porque hay un evidente paralelismo entre la barbarie del Ejército de Putin y la Wehrmacht de Hitler. La devastación de las ciudades, el ataque a objetivos civiles y la enorme superioridad militar del invasor son similares hoy a la ofensiva de hace 80 años. Y, aunque hay una enorme distancia entre ambos, el caudillismo y la falta de escrúpulos morales del Führer también evocan los métodos de Putin.
Hitler decidió invadir la
Unión Soviética en diciembre de 1940. Así se lo comunicó a sus generales en su refugio alpino de Berchtesgaden. La plana mayor de la Wehrmacht era contraria a la iniciativa, pero se plegó ante un dirigente crecido por el éxito de su ataque contra Francia.
Provincia del Tercer Reich
Seis meses después, con la llegada del verano, Hitler dio la orden de cruzar la frontera. El Ejército invasor estaba distribuido en tres grupos, con un total de 4,5 millones de hombres. Con el apoyo de la Luftwaffe y sus divisiones mecanizadas, Hitler calculaba que la Operación Barbarroja duraría un máximo de doce semanas, un objetivo totalmente ilusorio. Sus servicios de inteligencia habían minusvalorado las fuerzas con las que contaba Stalin y su potencial bélico.
El grupo de Ejércitos Norte, comandado por Leeb, penetró por Lituania en dirección a Leningrado, ciudad que quedó cercada en unas pocas semanas. El grupo Centro, bajo el mando de Bock, avanzó hacia Moscú tras cruzar Bielorrusia. Llegó a unos 30 kilómetros en el invierno de 1941, pero no pudo tomar la ciudad. Y el grupo Sur, a las órdenes de Rundstedt, atravesó Polonia, superó Lvov y llegó a la cuenca del Donbass y a Odesa en septiembre tras una serie de arrolladoras victorias. Manstein logró tomar la ciudad portuaria tras un duro asedio, ayudado por las fuerzas rumanas enviadas por el general golpista Antonescu. A mediados del otoño de 1941, Ucrania era una provincia del Tercer Reich.
El comienzo de la ofensiva de Ucrania fue una sucesión de derrotas del Ejército Rojo que desembocaron en la conquista de Kiev en septiembre de 1941. Stalin, sorprendido por la invasión, había dado la orden a sus generales de no retroceder. Los Panzergruppe, formidable fuerza mecanizada al mando del general Guderian, destrozaron toda resistencia.
Táctica suicida
La táctica de Stalin fue suicida porque 600.000 soldados del Ejército Rojo fueron embolsados y apresados tras la caída de Kiev. El dictador soviético condenó a muerte a varios generales y altos oficiales, a los que responsabilizó de la derrota. La gran mayoría de los prisioneros soviéticos perdió la vida al sufrir unas condiciones inhumanas, ya que dormían en agujeros excavados en el suelo y no se les daba de comer. Kruschev fue encargado por Stalin de defender Ucrania como comisario político. Cuando el dictador murió en 1953, Kruschev confesó que había temido por su vida y que Stalin siempre le reprochó la derrota. La realidad es que Stalin se había negado a tomar en serio las muchas advertencias de sus servicios de inteligencia y que, por lo tanto, descuidó la protección de sus fronteras ente un posible ataque del Reich. Incluso cuando le despertaron en la madrugada del 22 de junio, no se lo creyó.
Ya en los años 60 Kruschev calificó de «estupidez» la intransigencia de Stalin de obligar a permanecer sobre el terreno a sus divisiones. «Es fácil imaginar cuantos hombres y equipamiento perdimos en Kiev. Esto era absurdo y, desde un punto de vista militar, una exhibición de incompetencia e ignorancia», afirmó. Todo ello agravado por la decisión de Stalin de purgar a la cúpula militar en los procesos de Moscú, lo que había dejado descabezado el Ejército Rojo. El mariscal Tujachevski, el militar más culto y brillante de su generación, había sido fusilado en 1937 bajo acusaciones inventadas.
El general Zhukov, jefe del Estado Mayor, le pidió a Stalin que accediera al reagrupamiento de sus fuerzas y fue destituido por ello. «¿Cómo se te puede ocurrir la idea de entregar Kiev al enemigo?», le espetó. En agosto, Stalin firmó la orden 270 que obligaba a sus soldados a morir antes que ceder un metro de terreno.
Kiev resistió unos pocos días. Con unas tropas soviéticas desmoralizadas y ya en desbandada pese a las directrices de Stalin, la Wehrmacht se hizo con el control de la capital ucraniana. El nuevo gobernador militar, Kurt Eberhardt, decidió asesinar a todos los judíos de la ciudad. Fueron llevados a un barranco cercano y exterminados en masa. La carnicería era de tal magnitud que las armas se atascaban y había soldados alemanes que mataban a las víctimas con su bayoneta. El procedimiento fue llevar a los detenidos al borde unas fosas. Allí se les ordenaba que se desnudaran y luego se les fusilaba o se les pegaba un tiro en la nuca. Alrededor de 33.000 judíos fueron asesinados en ese lugar, llamado Babi Yar, en las jornadas del 29 y 30 de septiembre de 1941.
Viktoria Ivanova, una joven de Kiev que sufrió el asesinato de su madre y sus abuelos, recordaba años después como los soldados alemanes recorrían cada calle y cada casa en busca de judíos. Algunos ucranianos delataban a sus vecinos. Otros protegían a los perseguidos. La población estaba aterrorizada. «Eran animales, se comportaban como perros. No eran muy distintos a las bestias que llevaban. Solíamos llamarlos pastores alemanes», relataba Ivanova.
Los cálculos elevan hasta 150.000 las personas ejecutadas en Kiev desde esas fechas el verano de 1943. Muchos de ellos eran prisioneros de guerra, partisanos y miembros de minorías como los gitanos. Lo mismo sucedió en Odesa, donde los nazis mataron a más de 50.000 judíos en octubre y noviembre de 1941. Al mismo tiempo, las SS asesinaban a más de 45.000 judíos en Lublin (Polonia) en unos pocos días, superando la masacre de Babi Yar.
El nacionalismo ucraniano no fue ajeno a estas matanzas. Sus líderes colaboraron con Hitler en el convencimiento de que el Tercer Reich podría conceder la independencia de Ucrania de la Unión Soviética. Laurence Rees describe en ‘Hitler y Stalin’ esta connivencia criminal: «Muchos buscaban no sólo participar en una Ucrania incluida en el Imperio nazi, sino también castigar a los cabezas de turco a los que consideraban responsables de los crímenes bolcheviques, especialmente los judíos».
Rees recuerda que cerca de cuatro millones de ucranianos habían muerto de hambre en la década de los años 30 por la brutal política de colectivización agraria de Stalin. Pronto se dieron cuenta los nacionalistas de que los alemanes despreciaban sus servicios y de que nadie estaba a salvo de la maquinaria nazi.
Órdenes de Hitler
Es importante subrayar que los crímenes de la Wehrmacht y de las SS en Ucrania habían sido ordenados personalmente por Hitler, que había elaborado directrices para acabar con cualquier obstáculo que pudiera interferir en sus planes de expansión hacia el Este.
«El bolchevismo, que empezó con sangre, sudor y lágrimas, se extinguirá de la misma forma», declaró Goebbels. Hitler fue más lejos al dejar constancia de que había que exterminar a lo que él llamaba «razas parasitarias e inframundanas» en alusión a los judíos, exigiendo a los generales que actuaran de forma implacable. Eso se tradujo en los llamados ‘einsatzgruppen’ o escuadrones de la muerte de las SS. Cada uno de ellos tenía unos 600 soldados y dos de ellos operaban en Ucrania con la cooperación del Ejercito. Fueron formados bajo la dirección de Reinhard Heydrich e iban detrás de los Ejércitos de la Wehrmacht. Sus órdenes eran asesinar sin juicio previo a judíos, comisarios soviéticos e intelectuales ucranianos. En muchos casos, quemaban las aldeas, asesinaban a niños y mujeres y se incautaban de todas las posesiones de los lugareños. Hitler creía que Ucrania podría servir de despensa a la Wehrmacht.
Algunos generales alemanes protestaron por tal barbarie, pero Hitler ignoró sus escrúpulos morales. El general August von Reichenau, comandante del Sexto Ejército en junio de 1941, se distinguió por su crueldad y su fanatismo. Fueron sus hombres quienes tomaron Kiev, Jarkov y Donetsk. Era un ferviente antisemita y partidario entusiasta de Hitler. Ordenó que la población ucraniana no fuera alimentada porque todos los víveres debían destinarse a los soldados alemanes. Reichenau fue el responsable directo del genocidio de Babi Yar, aunque no pagó por ello porque murió en enero de 1942 de un infarto cerebral.
Hubo honrosas excepciones a la barbarie nazi como es el caso del general Joachim Lemelsen, que protestó por las ejecuciones sumarias de los soldados que caían prisioneros. «Es un asesinato. La Wehrmacht combate contra el bolchevismo, pero no contra los rusos». Sus superiores desestimaron su protesta con el argumento de que había que ser implacable con el enemigo. Antes de caer Kiev, Hitler había creado el Comisariado del Reich para Ucrania, que pasaba a ser un territorio alemán. Designó como comisario a Erich Koch, un histórico del partido y colaborador incondicional del Führer, que tenía competencias sobre la Gestapo y la administración civil y económica de la zona ocupada, según un decreto dictado el 20 de agosto de 1941. Una de las primeras decisiones de Koch fue cerrar todas las escuelas al considerar que los ucranianos sólo debían obedecer a las consignas del alto mando. El comisario imperial dividió a Ucrania en seis distritos, controlados por oficiales de las SS.
En otoño de 1941 los alemanes ya habían llegado a Jarkov, la segunda ciudad del país. La represión y la devastación fueron similares a lo que los nazis habían hecho en Kiev. Decenas de miles de personas murieron de hambre. Las calles nevadas estaban llenas de cadáveres tras la requisa de todo tipo de alimentos. Esconder una patata era castigado con la pena de muerte. «Cada gramo de pan que doy a la población se lo estoy quitando a un soldado de la Wehrmacht», decía la propaganda en Alemania, donde se ocultaban los terribles crímenes cometidos por las fuerzas de las SS. En Jarkov, los testimonios acreditan que sus habitantes se comían la corteza de los árboles y lamían los platos usados en una cantina alemana. Algunos barrios fueron confinados mediante alambradas para matar de hambre a sus habitantes.
Control nazi hasta 1943
Ucrania permaneció bajo el control del Tercer Reich hasta finales de 1943. El fracaso al sitio de Stalingrado, la derrota de Kursk y finalmente la victoria soviética en la batalla del Dniéper forzaron la retirada de la Wehrmacht. Hitler había dado la orden a Manstein de defender la orilla occidental del gran río ucraniano en un frente de más de 1.000 kilómetros, pero no pudo resistir. Cerca de 200.000 soldados alemanes perdieron la vida, pero el número de bajas soviéticas fue superior. El resultado puso fin a la presencia del Reich en Ucrania, ya que el avance soviético hasta la frontera polaca era ya imparable. Kiev fue liberada a finales de noviembre de 1943. Los nazis habían controlado la ciudad durante algo más de dos años.
La reconquista de Kiev marcó definitivamente la suerte de la guerra en Ucrania, aunque el Ejército Rojo no pudo llegar a Berlín hasta abril de 1945. La devastación que sufrió el país fue superior incluso a la de Polonia y otros países ocupados por Hitler. Por eso, resulta tan ridículo como increíble que Putin acuse hoy a los ucranianos de complicidad con los nazis. La historia se ha repetido porque nuevamente Kiev y las grandes ciudades del país son víctimas de la brutalidad no de los nazis sino de los rusos. Nadie hubiera podido creerlo en 1941.
www.abc.es
George is Digismak’s reported cum editor with 13 years of experience in Journalism