Tuesday, March 26

Curar las cicatrices de la guerra para no crear otra ‘generación perdida’


«Había una vez un precioso castillo en medio del bosque. De repente, unos piratas se lo llevaron muy lejos sin darse cuenta de que dentro había una princesa. Pero pronto se hicieron amigos y empezaron un largo viaje por el mar. Un día, apareció una seta gigante en su camino, pero entre todos lograron acabar con ella. Al final, prepararon una sopa de setas que se comieron juntos». Este microcuento es el relato que hace una niña ucraniana de 8 años de su viaje de Ucrania a España. Su historia tiene un final feliz, pero no todas las heridas que deja la guerra en los niños cicatrizan igual.

 niños, mientras que 245 han resultado heridos, según datos de la Fiscalía General de Ucrania. Además, afirma Unicef, el 60% de los menores del país han tenido que dejar sus hogares: 2,5 millones se han desplazado a ciudades más seguras y otros dos millones han abandonado el país. El trabajo para evitar que esta generación -muy expuesta ya al sufrimiento debido a la pandemia- no quede marcada por el miedo de por vida se va a extender meses, incluso años después de que los misiles dejen de atormentarles, señalan los expertos.

«Lo que estamos viviendo es ya una auténtica crisis de infancia. Las secuelas van a ser enormes tanto en el plano material como en el plano emocional. Nos preocupa cómo va a quedar el país a nivel de servicios básicos como educación y sanidad, porque esto también va a afectar a los pequeños durante muchos años», reconoce Rocío Vicente, especialista en programas de cooperación en Unicef España. Save the Children denunció hace una semana que 68 centros sanitarios y al menos 450 instalaciones educativas han sido dañadas. Más de 70 han quedado completamente destruidas. «Venimos de ocho años de guerra en el Dombás;
hay menores que han crecido en un contexto bélico. Estamos viendo cambios de comportamiento incluso en menores de 3 años, que sufren ansiedad, tristeza, pesadillas…».

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Una guerra sacude los cimientos de nuestra existencia, «sobre todo cuando se produce a una edad temprana», dice Carlos Chana, responsable de infancia en dificultad social de Cruz Roja. En el fondo, explica la psicóloga Valeria Moriconi, lo que viven estos niños, especialmente aquellos que se ven obligados a dejar su hogar, es una sucesión de pérdidas o duelos, porque dejan atrás su familia, sus amigos, su cultura, su idioma… «Por eso sienten rabia, frustración, soledad, desamparo, angustia y culpa, entre otros».

Sufrimiento adolescente

Aunque psicólogos y educadores coinciden en que los niños son muy resilientes y tienen una capacidad asombrosa para sobreponerse a situaciones traumáticas, su recuperación va a depender de múltiples factores. El primero es la edad. «Cuanto más pequeños son los niños, más sencillo es que sean capaces de digerir lo que han vivido. Lo vemos en las imágenes que nos llegan de la frontera, en cuanto les dan un peluche les sale una sonrisa», plantea Alfredo Guijarro psicólogo experto en desastres, urgencias y emergencias. «En los niños más pequeños hay mucho pensamiento mágico, pero según avanza su desarrollo lo van perdiendo, y comienzan a entender otro tipo de causas externas», apunta Moriconi.

En este sentido, los adolescentes son un grupo especialmente vulnerable. «Es una etapa muy compleja, pero yo soy optimista y creo que a esas edades ya tienen estrategias para afrontar otros factores de riesgo. De hecho, vemos muchos quinceañeros que viajan con sus madres y acaban asumiendo una figura paterna», sostiene Chana.

También influyen las experiencias previas de vida que hayan tenido los menores. No es lo mismo haberse criado en una institución pública, por ejemplo, que haber vivido una infancia acomodada y armoniosa. El tiempo de exposición a vivencias traumáticas y su intensidad (ser testigos directos de bombardeos o vivir semanas en un búnker, por ejemplo) son asimismo decisivos.

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Con todo, y aunque el final del conflicto bélico parece lejano,
los psicólogos creen que hay espacio para la esperanza, sobre todo si se trata a los menores lo antes posible: «Aunque una guerra puede tener consecuencias trascendentales para una vida, el daño está condicionado por las estrategias de resiliencia que los niños puedan generar a lo largo de su vida para compensar estos efectos», sentencia Chana. Además, hay elementos protectores, como enumera Moriconi: un ofrecimiento masivo de ayuda y acogida, redes sociales que les ayudan a estar en contacto con sus seres queridos pese a la distancia y más información que nunca para ayudarles a superar el golpe.

«Las cicatrices emocionales siempre están ahí, y es cierto que hay gente que se queda atrapada en esas situaciones traumáticas y acaba desarrollando patologías que les dejan tocados de por vida. Pero si son capaces de forjar mecanismos que equilibren todos estos factores de riesgo saldrán adelante», sentencia Guijarro, quien subraya también la importancia de no sobreproteger a los refugiados y fomentar su autonomía. «El recuerdo de una guerra nunca se olvida, pero se puede afrontar para llevar una vida normal».


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