Friday, March 29

El colosal arsenal soviético de Transnistria, un minúsculo país pro Putin oculto tras Ucrania


La primera vez que ABC puso Transnistria, ubicada en la región de Besarabia, en el mapa fue el 2 de septiembre de 1942. Por aquel entonces el Ejército Rojo combatía en las ruinas de Stalingrado ante el empuje de la bestia teutona. Eran días de Segunda Guerra Mundial, de caos, de estancamiento de frentes y de países como Rumanía levantándose en armas contra
Iósif Stalin. «Los rumanos ya son dueños de la llamada Transnistria, de la República moldava, creada por los bolcheviques en la región de Tiraspol y Balta». En los años siguientes, las ocasiones en las que este diario se refirió a la región pueden contarse los dedos de una mano; y sobran.

 tufillo de la desinformación. Lo de la escasez de datos sobre Transnistria se corresponde más bien con el extraño devenir de un estado separatista minúsculo que no ha sido reconocido por la comunidad internacional. Una región prorrusa en la trastienda de Ucrania que, según las malas lenguas, esconde un gigantesco arsenal armamentístico de la era soviética desde que se independizó de Moldavia a golpe de fusil. Y, además, un territorio de poco más de 4.000 kilómetros cuadrados que alberga a 2.000 combatientes enviados por el Kremlin para, presuntamente, salvaguardar la paz entre Tiraspol –su capital– y Chisinau.

Avueltas con Besarabia

Transnistria, o parte de ella, ha sido un territorio en disputa desde los años treinta. El 23 de agosto de 1939, poco antes de que los panzers de Adolf Hitler cruzasen la frontera polaca, la firma del pacto entre el alemán
Joachim von Ribbentrop y el soviético Viacheslav Mólotov dio poderes ‘de facto’ a Iósif Stalin para hacerse con Besarabia. Y vaya si la aprovechó el Camarada Supremo cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial. Allá por el verano de 1940, el Ejército Rojo avanzó sobre la región. Rumanía, cuya bandera flameaba al viento en la zona, se retiró ante el poderío enemigo y la negativa del Reich de prestarle ayuda.

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Stalin, experto en el arte de rusificar por las bravas los territorios de los países satélite de la URSS, transfirió a la población ucraniana y rumana de Besarabia a Ucrania. Poco después, entregó parte de la zona a la República Socialista Soviética de Moldavia, alumbrada ese mismo 2 de agosto. Así lo narró ABC: «Al lado de Besarabia, los sóviets han creado la ‘República Autónoma de Moldavia‘». Según el periodista, esa fue la enésima muestra de que en la Unión Soviética ya no regía el comunismo, sino una suerte de zarismo moderno. «Trotsky ha calificado a Stalin de traidor al comunismo puro, y también tiene razón, porque Rusia vive bajo una dictadura burocrática y una satrapía asiática».

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Los años siguientes trajeron consigo un cambio de manos constante. En 1941, poco después de que comenzara la Operación Barbarroja, Rumanía volvió a hacerse con el control de la zona gracias al apoyo del
Tercer Reich. Y, tres años después, la URSS hizo lo propio tras doblegar a la hidra nazi en Stalingrado e iniciar la reconquista del oeste del país. Por desgracia, el Camarada Supremo también recuperó sus viejas campañas de deportaciones y depuraciones masivas en la zona. «La Unión Soviética y sus satélites cometen una serie de atropellos, depredaciones y crímenes en Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Besarabia y los Países Bálticos», explica este diario allá por 1946.

Moldavia (y por tanto Besarabia) quedó ligada a la Unión Soviética durante las siguientes décadas. Sin embargo, el debilitamiento de las instituciones soviéticas en los ochenta hizo germinar una serie de movimientos separatistas en la zona. Y de ahí, a la independencia tras la caída de la implosión de la URSS en 1991. «Nada parece poner freno a la desintegración del imperio soviético. El parlamento de la República de Moldavia ha decidido que proclamará mañana su independencia de la Unión Soviética. El Parlamento convocó ayer una reunión extraordinaria de la cámara en la cual ‘el único punto de la agenda será la independencia’», explicaba ABC el 26 de agosto de ese mismo año.

Guerra e independencia

Emancipación llama a emancipación. Las corrientes independentistas alumbradas en Moldavia en 1990 provocaron la caída de las piezas del dominó internacional y, como resultado, la población rusófona de la región de Transnistria declaró la guerra al país que la acogía en su seno desde hacía cinco décadas. El resultado fue el que cabía esperar: la fundación de su propia república independiente, el establecimiento de una capital en Tiraspol y la generalización de un conflicto armado que se recrudeció en 1992, cuando Moldavia fue admitida como miembro de la Naciones Unidas. El conflicto, conocido como una suerte de guerra civil, costó 1.500 muertos a unos y otros y solo se detuvo tras el asentamiento en el estado del XIV Ejército Ruso.

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Y de aquellas semillas, este grano. El «choque nacionalista», como lo definió ABC en 1992, entre ambas regiones dejó una situación internacional que continúa perenne. Por un lado, Moldavia reclama la región y la comunidad internacional se niega a dar a los separatistas estatus de estado independiente. Por otro, Transnistria, más que cercana al Kremlin, se declara país basándose en la presencia del contingente ruso. Existe, eso sí, una zona de seguridad entre ambos bandos, una triple frontera, un pacto de alto el fuego y, cómo no, una tensión que no para de aumentar. ¿Les suena? Algo similar a lo que sucedió en 2014 con el Donbás en Ucrania.

Mijaíl Gorbachov, el presidente ruso con el que cayó la URSS en 1991+ info
Mijaíl Gorbachov, el presidente ruso con el que cayó la URSS en 1991 – ABC

Sobre el terreno, a ojo de turista, Transnistria parece una República Socialista Soviética de la era de la
Guerra Fría. En su escudo lucen orgullosas la hoz y el martillo, una remodelación del que despreció Moldavia tras apartarse de la URSS. Abundan a pie de calle los busto de Lenin; uno de ellos, el más famoso, guarda cual centinela la Casa de los Sóviets en Tiráspol. Porque, como han señalado varios de sus habitantes en una serie de entrevistas concedidas en los últimos años, a él le deben todo. También se levantan, incólumes, los grandes bloques de pisos elaborados a la manera socialista. Un viaje en el tiempo en toda regla, vaya.

Gigantesco polvorín

La república de Transnistria también se ha convertido, como bien explicó el corresponsal de ABC en Rusia
Rafael M. Mañueco en 2009, en tierra de corruptelas y crímenes: «La región separatista, en donde hay un destacado contingente de tropas rusas compuesto por unos 2.000 efectivos, es una verdadera guarida de contrabandistas en la que no cesa el trasiego de cigarrillos, bebidas, alcohólicas, armas, narcóticos, teléfonos móviles y hasta seres humanos. Se benefician de ello las mafias locales, los políticos sin escrúpulos y algunos militares rusos». Un espejo de las mil y un corruptelas que, como los famosos cuentos de Oriente Medio, se suceden en Moscú.

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Aunque la mayor herencia soviética que alberga este pequeño paraíso socialista es un depósito que, según afirma la cadena BBC, escondería unas cuarenta mil toneladas en armamento y munición. El polvorín en cuestión fue construido en los años cuarenta, se halla en la región de Kolbasna y está calificado como el más grande de Europa. A nivel oficial, el Kremlin ha dejado caer en repetidas ocasiones que su explosión equivaldría al estallido de la bomba atómica de Hiroshima, pero lo cierto es que los más críticos son partidarios de que allí no quedan más que cacharros desfasados que la URSS fue acumulando tras la caída del muro de Berlín. Poco se sabe debido a la clásica neblina informativa del gobierno de Putin.

Algo debe verdad habrá cuando, el pasado 24 de agosto de 2019, el gobierno ruso ofreció a Moldavia la retirada definitiva de las armas y municiones soviéticas ubicadas en el autoproclamado estado. El presidente moldavo, Igor Dodon, hizo público el ofrecimiento a través de las redes sociales y agradeció al Kremlin que proporcionase «los equipos necesarios para ello». A su vez, añadió que el polvorín se había convertido en un elemento disuasorio utilizado por la república separatista. El viceministro de Exteriores ruso, Grigori Karasin, aseguró en su momento que la mitad de dicho arsenal, el mayor fuera de las fronteras rusas, fue trasladado en tren a Rusia entre 2001 y 2003, pero el proceso fue interrumpido por Transnistria.


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