Thursday, March 28

El disparatado desastre naval contra Japón que hundió al Imperio ruso que Putin quiere emular



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El hundimiento del acorazado Moskva, buque insignia de los rusos en el Mar Negro, ha sido un golpe moral para la nación de Putin, que tiene en los mares y los océanos algunos de sus episodios más trágicos, especialmente en los vividos durante
la Guerra ruso-japonesa (febrero de 1904 y septiembre de 1905).

La Rusia de Nicolás II era a principios del siglo XX un gigante con pies de barro al que la guerra contra Japón, país con una creciente armada y unas ambiciones que chocaban con los rusos en el Pacífico, sacó a flote todas sus deficiencias. El Zar minusvaloró a su enemigo y se prestó a una guerra que pensaban fácil de ganar con el fin de hacerse con territorios en disputa en torno a la península de Liaodong y Mukden,
los mares de Corea y Japón y el mar Amarillo.

A pesar de que la flota rusa se suponía más numerosa y moderna que la japonesa, su dispersión por los mares de todo el mundo hizo que ninguna tuviera buen acceso al Pacífico a corto plazo. Además, el vicealmirante ruso Makarov, al mando en Port Arthur, perdió en los primeros días su flota en la zona intentando arrebatar a los nipones el dominio del mar Amarillo. Al regresar al puerto tras una incursión, su nave topó con una mina que provocó la muerte de Makarov y de casi toda la tripulación.

En busca de otra flota para el Pacífico

Libre para moverse por el mar sin más enemigos, un ejército japonés desembarcó en Manchuria y un segundo contingente reforzó la península de Liaotung. En enero de 1905, tras un asedio de cinco meses, Port Arthur se rindió en un desastre que sacudió Rusia y atizó a la oposición, que pedía reformas urgentes y acabar con una guerra ruinosa. Una multitud reunida ante el palacio de Invierno fue dispersada a tiros por la guardia del zar en un episodio conocido como el Domingo Sangriento, con más de cien muertos y dos mil heridos.

Pintura de Iván Vladímirov (1870-1947) sobre la matanza del Domingo Sangriento.
Pintura de Iván Vladímirov (1870-1947) sobre la matanza del Domingo Sangriento.

Las tropas del Zar y las del Sol Naciente se enfrentaron en la decisiva batalla de Mukden, en la primavera de 1905, donde los japoneses infligieron graves daños al ejército ruso y le obligó a replegarse
al norte de Manchuria. La última esperanza del Zar quedó depositada en que el contralmirante Rozhestvenski, a la cabeza de la flota del Báltico, lograra llegar al Pacífico y cambiar la suerte del conflicto. Para algunos se trataba de un marino esforzado, profesional y enérgico en el ejercicio del mando. Para otros, su único atributo era su habilidad para promocionar su imagen y ascender en la corte. No obstante, con la escasez de medios y el gran esfuerzo que le supuso una travesía tan larga, cerca de 18.000 millas náuticas, Rozhestvensky debió haber sido como mínimo Álvaro de Bazán o Horacio Nelson para sacar algo positivo de aquella aventura.

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La travesía estuvo marcada por el despropósito casi desde el inicio: la flota rusa disparó por el camino botes pesqueros británicos a los que confundieron con lanchas torpederas niponas, lo que provocó una grave crisis diplomática y la prohibición de seguir usando el Canal de Suez. Rodear África supuso un gasto enorme de carbón con las consiguientes dificultades para repostar. En esas latitudes, uno de los barcos cortó un cable submarino que unía Tánger con Europa, de modo que las comunicaciones con África quedaron interrumpidas durante cuatro días. El buque taller de la flota disparó también por accidente más de 300 obuses a un pesquero alemán, una goleta francesa y un mercante sueco.

Uno de los barcos cortó un cable submarino que unía Tánger con Europa, de modo que las comunicaciones con África quedaron interrumpidas durante cuatro días

El viaje fue eterno y las tripulaciones estaban descontentas por lo que se presuponía, dado que se enviaba a una flota preparada para el Báltico
al corazón del Pacífico, un suicidio. Parte de la flota tomó camino por la costa africana y otra por el Mediterráneo. Ambas escuadras se reunieron en Cam Ranh (Vietnam) en mayo de 1905.

«Este rebaño cosmopolita»

Rozhestvensky, completamente desesperado, sumido en una profunda crisis nerviosa y aquejado de frecuentes migrañas, llegó a su destino tras franquear
los Estrechos de Corea con el objetivo de sorprender a los japoneses entre dos fuegos. El panorama era sombrío. En palabras del comandante Semenoff, recogidas en su libro ‘La Batalla de Tsushima’:

«Nuestras ilusiones volaron con la rendición de Port Arthur. Nuestra armada, este rebaño cosmopolita de navíos medio nuevos, mal construidos o sin medio viejos o reparados apresuradamente; este rebaño que a lo más podía calificarse como una escuadra de reserva se convertía en nuestra escuadra verdadera, la que tenía por obligación vencer a la flota enemiga de verdad, entrenada y victoriosa, una escuadra con distintas bases de apoyo, tan numerosas como bien equipadas, mientras que nosotros, para llegar a la nuestra, la única que tenemos, Vladivostok, debíamos en primer lugar derrotar a ese temible enemigo; nosotros, que éramos los más débiles en número, en armamento, en aprovisionamiento y … a qué ocultarlo, por la moral … ¿Podríamos conseguirlo? Pero ‘allá’ no comprenden nada, siguen esperando milagros».

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El acorazado ruso Almirante Najímov.
El acorazado ruso Almirante Najímov.

Rozhestvenski estaba al frente de una escuadra heterogénea, sin el apoyo de bases propias y sin lugar donde atracar para tomar aliento. En total, los rusos sumaban once acorazados, ocho cruceros, nueve destructores y varias unidades menores rusas frente a cuatro acorazados, 27 cruceros, 21 destructores y 37 torpederos, unidades auxiliares aparte, de los nipones. Tras tantos meses de navegación, el ruso no estaba para jugar al truco o trato y sería él quien fue finalmente cogido por sorpresa en el estrecho de Tsushima.

La Batalla de Tsushima, considerada el primer enfrentamiento entre barcos modernos de la Historia y una de los primeros en los que se usaron equipos de comunicación inalámbrica, comenzó cuando
dos buques-hospital rezagados de la flota rusa, que navegaban con sus luces encendidas en medio de la niebla y la oscuridad nocturna, fueron descubiertos por un crucero de la flota japonesa. Los disparos de artillería machacaron a los buques rusos. Los buques rusos estaban debido al largo viaje con los fondos cubiertos con incrustaciones de fauna y flora marina y fueron presas fáciles para los japoneses, que aprovecharon todo el conflicto para perfeccionar su artillería.

Un desastre fulminante

El 27 de mayo, en menos de dos horas se hundió el primer acorazado ruso, el Oslyabya. A continuación, un impacto directo hizo
saltar por los aires al Borodino. Por la tarde, el contraalmirante Nebogátov tomó el mando debido a que Rozhéstvenski fue herido pronto por fragmentos de un proyectil que le golpeó en el cráneo. Estaba al mando cuando se perdieron otros dos acorazados, el Knyaz Suvorov y el Imperator Aleksandr III.

Llegada la noche, buques torpederos y destructores japoneses fueron lanzados contra la flota rusa, que para entonces había sido dispersada en pequeños grupos, intentando romper hacia el norte una ruta de huida. Algunas naves chocaron en medio de la fuga cada vez más desordenada. El viejo acorazado Navarín fue hundido, mientras que el acorazado Sisói Veliki y dos viejos cruceros armados, el Almirante Najímov y el Vladímir Monómaco, quedaron dañados y tuvieron que ser echados a pique.

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Fotografía de Rozhestvenski.
Fotografía de Rozhestvenski.

Al día siguiente, cuatro acorazados a las órdenes del contralmirante Nebogátov se rendieron. Los japoneses persiguieron al resto de naves rusas hasta la tarde del 28 de mayo. El viejo crucero Dmitri Donskói, que supuestamente cargaba con un gran tesoro, luchó contra seis cruceros enemigos y sobrevivió hasta el día siguiente.

Tres cruceros, incluyendo el Aurora, escaparon a la base naval de Estados Unidos en Manila y fueron internados allí por los norteamericanos. Rusia perdió dos tercios de la 2ª Escuadra del Pacífico: once acorazados, ocho cruceros, seis destructores y ocho auxiliares, con 4.380 muertos y 5.917 prisioneros, mientras que los japoneses solamente perdieron tres botes torpederos.

Al día siguiente, cuatro acorazados a las órdenes del contralmirante Nebogátov fueron obligados a rendirse

Rozhestvensky fue ingresado en un hospital japonés para que se recuperara de sus heridas. Allí le visitó Togo, quien trató de consolarle con palabras sabias: «La derrota es un destino común del soldado. No hay nada de qué avergonzarse en ello. El punto clave es si hemos cumplido con nuestro deber». El almirante ruso sería sometido a un consejo de guerra, aunque el Zar le indultó al haber caído herido en combate.

Sin más posibilidad que llegar a un acuerdo, tanto Japón como Rusia aceptaron la mediación del presidente estadounidense Theodore Roosevelt. Durante la Conferencia de Portsmouth, Japón logró el control de la península de Liaotung y de la parte meridional de Sajalín, el protectorado sobre Corea y la evacuación del ejército ruso de Manchuria. Aunque Rusia perdió en las mesas diplomáticas menos de lo esperado frente a un Japón muy castigado por la disentería y la situación económica,
los Romanov sembraron con su derrota y con su desprecio a las vidas de sus súbditos la semilla de algo más grave que una guerra. El estallido de la Revolución de 1905, aplastada a finales de año, fue el preludio de la que doce años después arrasaría a Nicolás II.

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