Friday, April 19

El foco de la OTAN en el este y el miedo al descontrol migratorio aceleraron el giro de Sánchez


El Gobierno trabajaba desde hace meses en el restablecimiento de las relaciones con Marruecos. Todos los gestos, relevo en el ministerio de Asuntos Exteriores incluido, o la implicación con algunos mensajes públicos de Felipe VI, algo de lo que este Gobierno siempre recela, no fueron suficientes. La corrección en la posición de España sobre el Sahara Occidental ha sido el peaje definitivo y duradero, al menos así lo cree el Gobierno,
para dotar de estabilidad la relación con Rabat. La gran preocupación del Gobierno es el control de los flujos migratorios sobre Ceuta, Melilla y las Islas Canarias. El ministro de Presidencia, Félix Bolaños, aseguró ayer que en Marruecos «se comprometen a colaborar contra las mafias de trata de

 personas, contra la inmigración ilegal». Preocupaba también la reivindicación de Rabat sobre esos tres territorios. Aunque en los distintos comunicados emitidos el viernes no hacen mención expresa a los mismos, el Gobierno apunta a ello, y al Sahara como contrapartida, cuando se refiere a la «integridad territorial».

¿Por qué esta decisión y por qué ahora? Lo que se extrae de una decena de conversaciones con personas vinculadas al Gobierno y al PSOE es la de que se trata de una decisión necesaria, marcada por la necesidad de aplicar pragmatismo a las relaciones internacionales frente a claves de corte más sentimental. «Es la dura realidad», describe un antiguo colaborador muy cercano al presidente del Gobierno. «Primero
Estados Unidos, Francia, después Alemania y ahora nosotros. No se pueden mantener dos frentes abiertos», plantea una de las figuras más relevantes del actual PSOE en referencia a cómo la guerra en Ucrania ha cambiado el marco de relaciones internacionales.

El Gobierno de España aspiraba a que la nueva estrategia de la OTAN, que se discutirá en la próxima cumbre de Madrid, estableciera África como un escenario de acción prioritaria. El control de los flujos migratorios y la prevención del terrorismo lo justificaban. Precisamente argumentos que se ponen encima de la mesa como activos de la relación con Marruecos. También lleva Pedro Sánchez mucho tiempo tratando de resolver en el marco de la UE la política de Vecindad Sur. Todo eso son propósitos que ahora parecen quedar en un segundo plano. La prioridad, como históricamente ha sucedido, de la OTAN vuelve a estar en el este. Mientras la Unión Europea afronta una enorme ola de refugiados procedente de Ucrania.

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El Gobierno de España, ante este nuevo y revuelto escenario internacional, consideró que era el momento de sellar esta herida. Desde el temor a que, en mitad de la respuesta a Rusia, la coordinación de la UE en respuesta a a nuevos desafíos por parte de Marruecos no pudiese ser tan contundente. El giro geoestratégico de Vladímir Putin tiene ya consecuencias en los flujos migratorios y en los mercados energéticos. «Introduce tensión adicional en cualquier territorio en disputa», añade una fuente diplomática que asesora al Ejecutivo.

«El mundo ha cambiado»

Ese nuevo mundo sirve también para explicar el cambio de posición española. «El mundo ha cambiado, no se puede descifrar como antes. Es un movimiento que solo se puede interpretar en el mundo nuevo, no en el viejo», plantea un dirigente socialista experimentado en la política exterior. Otro dirigente de peso se refiere, en este sentido, al hecho de que hasta Estados Unidos se ha acercado a Venezuela en las últimas semanas. En un escenario de incertidumbre geopolítica y de crisis económica Pedro Sánchez ha decidido cerrar ya este frente de inestabilidad con Rabat. En el partido se tiende a justificar el movimiento.

Pero a la inmensa mayoría les ha cogido por sorpresa. Y hay figuras, incluso en el Gobierno, que no terminan de entender el procedimiento: comunicado por Marruecos, con el presidente fuera de España y con el ministro de Asuntos Exteriores teniendo que salir en rueda de prensa desde Barcelona. Algunas fuentes de la política exterior española expresan dudas sobre el mensaje que traslada España con este cambio de posición en el que aparece «debilitada» ante Marruecos. Se expresan dudas de las garantías que Rabat pueda plantear sobre la integridad territorial. Y se critica también la falta de comunicación previa con el socio de coalición y con el PP. De forma oficial el Gobierno resta trascendencia a estos dos hechos y defienden que Sánchez y Albares debían gestionar el movimiento con discreción. Otras fuentes del Gobierno son más indulgentes. Y señalan que no se puede advertir con antelación porque
habría puesto en riesgo la operación.

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La gran incógnita del movimiento era cómo respondería Argelia, en su papel clave de suministrador de gas clave para España. La llamada a consultas de su embajador en Madrid por el «brusco giro de la posición de la antigua potencia administradora del Sahara Occidental» despejó dudas respecto a
un recibimiento hostil. Pero desde el entorno de Pedro Sánchez insisten en que «Argelia está bien, se habló con ellos». Otras fuentes del Gobierno insisten en la misma idea: fue el ministro José Manuel Albares quien informó previamente a Argelia. Fuentes gubernamentales trasladan que en la relación entre ambos países no es tanto el Sahara, sino los acuerdos sobre el gas lo que se considera vital. Y en ese sentido, el Gobierno traslada la idea de que
«no se va a poner en riesgo el suministro». La apuesta por las interconexiones energéticas que permitirían que España o Italia a través de sus gasoductos con Argelia llevar su gas a toda la UE se cita como un incentivo para que Argel no rompa los puentes. Pero eso es un proyecto a largo plazo. Fuentes gubernamentales insistían en la noche de ayer en que el Gobierno español «informó previamente al argelino sobre la posición de España en relación al Sahara», y en relación a esa relación crucial respecto a la energía, trasladan la idea de que «para España, Argelia es un socio estratégico, prioritario y fiable, con el que pretendemos mantener una relación privilegiada».

Lo único seguro por el momento es que Sánchez da un giro de gran trascendencia para su propio partido. Es cierto que José Luis Rodríguez Zapatero en 2008 ya aseguró que el plan de Marruecos «constituye una contribución positiva». También es cierto que en 2009 que la reivindicación saharaui sobre un referéndum estaba «muy presente en nuestra tarea política». En 2016 el PSOE se refería al Sáhara como un territorio «pendiente de descolonización». Y en el reciente programa electoral de 2019 se hablaba de las resoluciones de la ONU «que garantizan el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui». El discurso de muchos años ha cimentado «una clave sentimental que no se va a borrar en dos días», admite un dirigente.

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