Thursday, April 18

El lento e imparable hundimiento del imperio americano


Cuando el presidente de Estados Unidos emergió del Despacho Oval este jueves 24 de febrero para anunciar su respuesta a la invasión rusa de Ucrania, Joe Biden no tuvo más remedio que admitir su impotencia a la hora de impedir algo que él mismo había denunciado durante semanas: el sometimiento por la fuerza de una nación independiente y soberana en Europa, algo no visto en el viejo continente desde la Segunda Guerra Mundial.

Biden anunció sanciones, que ni siquiera eran las más duras que barajaba, y aceptó en su discurso que nadie esperaba que esas mismas sanciones que eran de momento su única respuesta a la agresión disuadieran a Vladimir Putin de nada.

 Kiev, mientras Putin denunciaba incontrolado un falso genocidio neonazi contra la población de origen ruso en Ucrania. El contrasentido era que quien en la Guerra Fría se hizo llamar líder del mundo libre, todo un presidente de EE.UU., pudo predecir con una precisión pasmosa lo que Rusia iba a hacer, pero no fue capaz de impedirlo.

Biden había dado sus razones. En la Casa Blanca el 17 de febrero dijo que cuando estadounidenses y rusos se enfrentan, «eso es una Guerra Mundial». Por lo tanto, ni un solo soldado americano pondría un pie en Ucrania, que quedaba sola en su defensa ante el agresor ruso. El presidente dijo que ni siquiera evacuaría a los estadounidenses que quedaran en Ucrania durante la invasión. «No estamos lidiando con una organización terrorista, sino con uno de los ejércitos más grandes del mundo. Es una situación muy diferente, y las cosas podrían enloquecer muy rápidamente», dijo el presidente el 10 de febrero en una entrevista a la NBC.

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El fantasma afgano

A la presidencia de Biden la atormenta la desastrosa salida de Afganistán, el derrumbe del gobierno democrático de ese país y la torpe evacuación de civiles, durante la cual un atentado terrorista se cobró la vida de casi 200 personas, incluidos 13 soldados de EE.UU. Pero no solo eso. Esa atribulada salida afgana, como la guerra de Ucrania es, según los expertos, solo un tropiezo final en una larga agonía de la hegemonía americana.

La guerra de Irak, sobre todo, marcó un punto de no retorno. Rusia había apoyado la invasión de Afganistán en 2001, por el derecho de EE.UU. a defenderse tras los ataques de Al Qaida, pero esa sintonía se quebró con la misión para descabezar a Sadam Husein y el apoyo expreso y militar de Putin a Bashar al Assad en Siria primero y a Nicolás Maduro en Venezuela después. China, por su parte, intentó que Washington la apoyara en su campaña de represión de las minorías musulmanas en la provincia de Xinjiang bajo el manto de la guerra contra el terrorismo, algo que no sucedió y empeoró las relaciones. Biden, de hecho, ha calificado esas acciones de Pekín de genocidio.

Evacuación de Kabul el pasado verano – REUTERS

Así, según Alexander Cooley, profesor de Ciencia Política en la universidad de Columbia y experto en poderes hegemónicos, China y Rusia están tratando de crear esferas separadas de poder alternativo a América. Y en ese proceso, las salida de Afganistán y la invasión de Ucrania «ponen de relieve el declive de EE.UU., lo que no quiere decir que el poder de EE.UU. haya caído del todo, quiere decir que ha perdido la hegemonía global, que ya no tiene el mismo alcance en el mundo, que su liderazgo está contestado de un modo en que no lo estaba en los años 90 y el principio de la década de los 2000», según Cooley, coautor del libro ‘Salida de la hegemonía’.

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Contrastan las acciones actuales de la presidencia estadounidense en Ucrania con experiencias no tan lejanas en el tiempo donde Washington sí empleó la fuerza: la zona de exclusión aérea de Libia en 2011, el apoyo a los rebeldes sirios desde 2014, y por supuesto, las guerras de Irak, en 2003, y Afganistán, en 2001. Pero no hay en EE.UU. apetito para más guerras después de la que ha habido contra el terrorismo, mucho menos con Rusia, un poder nuclear. Las encuestas reflejan que la opinión pública está claramente en contra. Hasta los más halcones en Washington, como el senador republicano Ted Cruz, se han pronunciado así: «Si Putin invade, no deberíamos tener soldados estadounidenses en Ucrania. Bajo ninguna circunstancia debemos enviar a nuestros hijos e hijas a morir para defender a Ucrania de Rusia».

Responsable en gran medida de la crisis

Pero que EE.UU. no vaya a combatir en Ucrania no quiere decir que Putin tuviera que haberse salido por defecto con la suya. No son pocos los que critican la estrategia de la Casa Blanca desde finales de diciembre de ir prediciendo la guerra a cada paso, revelando información que tradicionalmente debería haber quedado clasificada. El senador Cruz afirma, así, que «Biden es en gran medida responsable de esta crisis» porque «ha seguido tácticas muy extrañas como desclasificar inteligencia estadounidense y tratar de avergonzar a Putin». Putin, desde luego, no se ha avergonzado de ir haciendo todo lo que Biden dijo que haría. En 2014 tampoco se avergonzó al anexionarse la península ucraniana de Crimea, sin que EE.UU. o sus socios de la OTAN pudieran hacer tampoco nada.

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Barack Obama y Bashar al Assad
Barack Obama y Bashar al Assad – EFE

Los expertos, como el profesor Cooley, creen que esas acciones de otros mandatarios solo pueden producirse por esa caída de influencia de EE.UU. Un momento especialmente oneroso fue la línea roja que Barack Obama marcó a Al Assad en Siria en 2012: si usaba armas químicas, se enfrentaría a consecuencias graves. Las usó, varias veces, y una década después sigue en el poder. Cooley añade que durante el mandato de Trump, con su apoyo a líderes autoritarios de todo el mundo, la pérdida de hegemonía americana se aceleró, aunque el expresidente republicano no fuera el origen de ese declive. «Hizo daño a la credibilidad de EE.UU.», dice, «y eso es un factor importante en esa caída de la hegemonía».


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