Tuesday, March 26

«En el refugio hace mucho frío, es imposible estar todo el tiempo dentro»



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Hasta hace cuatro días, Alona Kibets trabajaba como guía turística para los curiosos hispanos que llegaban a Kíev para recorrer las calles y las iglesias de esta antigua ciudad soviética. Su perfecto español la llevó a hacer visitas guiadas de grupos de diferentes nacionalidades de Latinoamérica. Ahora su vida ha dado un vuelco. La invasión de Rusia a Ucrania la ha dejado sin trabajo y pasa las horas yendo y viniendo del refugio a la casa, una y otra vez. Llevaba cuatro días en un sótano protegiéndose de los proyectiles y bombardeos rusos que han asediado la capital ucraniana desde que comenzó la guerra.

«Ahora todo está bastante mal porque el pueblo donde viven mis padres y mis familiares está destruido y no sé cuánto tiempo se necesitará para reconstruirlo», lamenta Alona desde un lugar cerca a la capital que no puede revelar por su seguridad.

«Para mí todo lo que está pasando es surreal. No lo puedo entender. No sé si es temprano o tarde, no sé que hora es porque casi no dormimos», dice la joven, pero su cara habla más que sus palabras. Se le nota agotada con ojeras que reflejan el extremo agotamiento de unos días traumáticos.

«Ya no recuerdo mi vida sin guerra. Lo más terrible es que hace una semana cuando me preguntaron si Putin invadiría Ucrania dije que era imposible», asegura al tiempo que comenta que las tropas rusas están «en casi todas las ciudades de Ucrania» y que «no hay lugar a dónde puedas ir y decir que es seguro».

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Las horas de luz en Ucrania son contadas, por esa razón, Alona aprovecha el día para estar en casa cuando no suenan las sirenas antiradares por toda la ciudad. «En el refugio hace mucho frío, es imposible estar todo el tiempo dentro, por eso debemos volver a la casa. Estoy ahora en casa porque son las 14.30 y no hay ataques», explica resguardada aunque confiesa que afuera todo está más tranquilo. Sin embargo recuerda que las pausas son muy pocas: «Escuchamos bombas casi a cada hora, unas más cerca otras más lejos».

Sobre la comida que tiene en casa y cuánto tiempo le durará responde: «Por ahora tenemos todo. Yo no tengo hambre, yo no quiero comer. Tengo comida y víveres para una o dos semanas». Y explica que organizó todo la semana pasada aunque pensaba que «era imposible que los rusos entraran y atacaran toda Ucrania». También dice que los servicios de electricidad, calefacción y agua siguen funcionando y que su mayor preocupación ahora es que el internet falle. «Me da miedo quedarme sin conexión y que no pueda hablar con mis familiares y amigos», comenta alarmada.

«No quiero irme»

«Por qué me tengo que ir de la tierra donde nací», responde a la pregunta si ha pensado en huir a otro lugar. «Yo odio a los rusos y a Rusia porque 145 millones de rusos están callados mirando la tele y creen que Rusia está haciendo una operación de paz. Los rusos destuyeron toda mi vida, destruyeron edificios. Yo he trabajado mucho tiempo para vivir bien ahora solo tengo conmigo una mochila», zanja.

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Alona no quiere convertirse en una de las 380.000 personas que ya han abandonado Ucrania, según Acnur. «Claro que tenemos opciones, hay trenes hasta la frontera pero están colapsados y los rusos disparan a los trenes y los autobuses», comenta nerviosa de solo pensarlo. «Yo entiendo que ahora tenemos que tener fuerza para mostrar a todo el mundo que aquí hay guerra por culpa de Rusia», dice tratando de levantar su propio ánimo.

Sus amigos están en refugios como ella y otros están resguardados en otras ciudades. «Siempre por la mañana nos escribimos para ver cómo estamos, es lo primero que hacemos», manifiesta y termina pidiendo ayuda. «Pueden protestar contra Rusia para que los rusos entiendan que lo que hace Putin no está bien y también hay organizaciones que recogen dinero para el Ejército ucraniano, los invito a donar», sentencia.

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