Saturday, April 20

Europa abraza la cultura de la cancelación para luchar contra Rusia


«La cultura es el tercer frente de la guerra de Ucrania», sentenció el pasado jueves Nadine Dorries, secretaria de Estado de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del Reino Unido, ante la Cámara de los Comunes de su país. La frase resumía la campaña que había iniciado para aumentar la presión sobre Rusia a través del poder blando, una decisión que a estas alturas ya se ha extendido al resto del continente y Estados Unidos. Así se explica que Valery Gergiev, uno de los grandes directores de orquesta vivos, haya sido vetado en los principales teatros del mundo por su manifiesta cercanía al presidente ruso. Algo similar ha ocurrido con la soprano Anna Netrebko, a quien se

 le ha reprochado haber condenado la guerra, pero no a Putin. «Me opongo a esta guerra. Soy rusa y amo a mi país, pero tengo muchos amigos en Ucrania y el dolor y el sufrimiento ahora mismo me rompen el corazón», escribió en su perfil de Instagram, en una publicación que no fue lo suficientemente crítica para la Ópera Metropolitana de Nueva York o el Liceo de Barcelona, donde también han rechazado al pianista Denis Matsuev.

En este clima bélico parece haberse roto la teórica separación entre obra y autor, y se ha instalado una práctica que recuerda, en parte, a la cultura de la cancelación, un concepto que utilizó este domingo el ruso Tugan Sokhiev en una carta en la que anunciaba su dimisión como director musical del Teatro Bolshoi de Moscú y de la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse: «No puedo ver a mis colegas amenazados, tratados sin respeto y transformados en víctimas de la cultura de la cancelación». ¿Pero es lo mismo? ¿Están justificadas estas medidas? ¿O estamos convirtiendo a la cultura en un arma más, desvirtuando su propia naturaleza? «El caso de Gergiev es interesante porque la suya es la forma estética más abstracta: la pura matemática, que es lo que es la música. Si estuviésemos planteando borrar su obra estaríamos efectuando una monstruosidad, pero lo que se plantea ahora es otra cosa: en plena guerra un sujeto que defiende la actuación militar criminal del gobierno ruso no tiene moralmente el derecho de comparecer ante el público. Naturalmente, nadie en la Scala de Milán negará un átomo del mérito musical de Gergiev. Como nadie niega la calidad literaria de Céline, que era nazi», explica al otro lado del teléfono el filósofo y columnista de ABC
Gabriel Albiac.

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Para Javier Gomá, que ha dedicado gran parte de su obra a pensar la ejemplaridad pública, se están mezclando dos formas de hacer que no casan bien. «Soy partidario de no utilizar la cultura para la controversia política. La cultura nace de un sentimiento de dignidad, la dignidad de la obra de arte que uno imagina en la mente antes de crearla. La cultura necesita de una inmensidad de tiempo para germinar y desarrollarse. La política, en cambio, tiene que ver con el poder y su plazo es casi instantáneo. Cuando se separan esos dos mundos, la cosa funciona. Lo malo es cuando la ley de la política trata de colonizar el mundo de la vida. Todo, todo está bajo la ley de amigo-enemigo y eso es antiartístico y anticultural. No niego, claro, que la cultura afecta a todo, incluida la política, pero no participo de esa tendencia de la política a absorberlo todo», asevera.

Valery Gergiev, condecorado por Putin – AFP

Precisamente de eso se quejó
Sokhiev en su escrito: «Me piden elegir entre una tradición cultural en lugar de otra. Pronto me pedirán que elija entre Tchaikovsky, Stravinsky y Shostakovich o Beethoven, Brahms y Debussy. Esto ya sucede en un país europeo como Polonia, donde la música rusa está prohibida». Además, añadió: «El hecho de que alguien pueda cuestionar mi compromiso con la paz y pensar que, como músico, puedo abogar por otra cosa que no sea la paz en nuestro planeta me impresiona y es insultante». Daniel Barenboim, uno de los nombres propios de la música clásica actual y director de la Staatskapelle de Berlín, salió en su defensa, y en la de tantos otros: «La cultura rusa no es lo mismo que la política rusa. Debemos condenar la política fuerte y claramente y distanciarnos de ella inequívocamente. Pero no debemos permitir una caza de brujas contra el pueblo y la cultura rusas. Las prohibiciones y boicots emergentes, por ejemplo de la música y la literatura rusas en varios países europeos, evocan las peores asociaciones en mí». Estas palabras, por cierto, las pronunció después de dirigir el himno nacional ucraniano como parte de su último concierto.

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Este movimiento de cancelaciones no solo afecta a las estrellas consagradas. En Canadá, según publicó ‘The New York Times’, han actuado contra Alexander Malofeev, un pianista ruso de veinte años que tenía cerrado un recital en Vancouver para agosto. Leila Getz, la responsable de ese ciclo de conciertos, emitió un comunicado afirmando que no podía «presentar en conciencia un concierto de ningún artista ruso en este momento a menos que este estuviera preparado para hablar públicamente en contra de esta guerra». El artista respondió a través de su cuenta de Facebook: «La verdad es que todos los rusos se sentirán culpables durante décadas por la terrible y sangrienta decisión en la que ninguno de nosotros pudo influir ni predecir».

Ya hay un mandato oficial para apoyar la cancelación. Francia ha decidido suspender todas sus relaciones con instituciones culturales rusas, tal y como informa J. P. Quiñonero, y los ministros de Cultura de la Unión Europea se reunieron ayer para tratar este asunto. Miquel Iceta salió diciendo que «desde la cultura hemos de unir todas las fuerzas para hacer frente a la barbarie», una declaración muy similar a la de Nadine Dorries… Es la postura que llevan siguiendo los teatros y museos de todo el mundo desde hace días. Ahí tenemos la suspensión de las funciones del Ballet Bolshoi en el Teatro Real y la del Ballet del Teatro Mariinsky en el Festival de Peralada; también el anuncio del Hermitage de Ámsterdam de que iba a romper lazos con el de San Petersburgo y la petición para que el ayuntamiento de Málaga haga lo propio con el Museo Ruso. La Bienal de Venecia, que abre sus puertas el 23 de abril, se celebrará este año sin artistas ucranianos ni rusos: han renunciado por la guerra. A estos casos Fernando Savater añade otro, sin duda rocambolesco: el de la Universidad de Bicocca, en Milán, donde quisieron cancelar un ciclo de conferencias sobre Dostoievski. «Eso es mear fuera del tiesto: ni Mozart tiene la culpa de Hitler ni Dostoievski de Putin», zanja.

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Tras la polémica desatada en Italia se decidió que finalmente se celebraría el curso, aunque poco después el alcalde de Florencia, Dario Nardella, contó a los medios de comunicación que un ciudadano le pidió eliminar la estatua de Dostoievski del parque Cascine: «Me han pedido que derribe la estatua de Dostoievski en Florencia. No nos confundamos. Esta es la guerra loca de un dictador y su gobierno, no de un pueblo contra otro. En lugar de borrar siglos de cultura rusa, pensemos en detener rápidamente a Putin». Era una petición exagerada, por supuesto, pero el viernes se produjo algo parecido mucho más cerca de nosotros: la Filmoteca de Andalucía decidió retirar de su programación ‘Solaris’, de Andrei Tarkovski, tal y como denunció el crítico de cine Manuel J. Lombardo en su muro de Facebook. La entidad se justificó luego en declaraciones a ‘Eldiario.es’ en los siguientes términos: «Si supiéramos a ciencia cierta que los derechos van a parar a manos de los herederos de Tarkovski, lo habríamos mantenido en cartel. Pero la política europea es impedir que llegue nada a manos del presidente ruso, aunque sean dos euros». Tarkovski, por cierto, tuvo que exiliarse de la URSS en 1984.

Más allá de estos sucesos, Savater afirma no tener una respuesta clara sobre el fenómeno: «En una situación bélica debería respetarse la identidad de los artistas. Si un director de orquesta es amigo de Putin, esto no es un delito punible, sino una opción censurable. No sé hasta qué punto se justifica la cancelación… El propio Putin es el que arrastra a su entorno a convertirse en sospechoso. Cuando alguien hace una agresión antieuropea, los que le apoyan se arriesgan a no caer bien en el continente». Tal vez la clave de este asunto la diera la propia Nadine Dorries en otra frase contundente: «Putin está sufriendo ahora una Siberia deportiva y cultural de su propia creación».


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