Friday, March 29

Khalid Payenda, de ministro de Finanzas en Afganistán a conductor de Uber


Corresponsal en Nueva York
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Nunca sabes con quién te puedes encontrar cuando abres la puerta del coche y saludas al conductor de Uber por todo EE.UU. Un cirujano huido de la Venezuela de Maduro que no ha podido convalidar su título y ahora es chófer en Miami. Un refugiado somalí en Mineápolis. Una madre que ha conseguido quitarse del alcohol en Des Moines. Un ruso que repite las mentiras de Putin mientras va al volante en Nueva York. O, en Washington, el último ministro de Finanzas de Afganistán.

Khalid Payenda manejaba un presupuesto de 6.000 millones de dólares hasta agosto del año pasado, cuando Afganistán fue tomado por los talibanes. Ahora saca poco más de 150 dólares por noche al volante. «Si llego

 a cincuenta carreras en los próximos dos días, me llevaré un bonus de 95 dólares», reconoció con realismo trágico durante la jornada que pasó con ‘The Washington Post’, el periódico que ha sacado a la luz su historia.

Payenda formaba parte del Gobierno de Kabul que colapsó el verano pasado, cuando EE.UU. decidió que Afganistán ya no era su guerra y los talibanes lo derrocaron en pocas semanas. No todos los miembros de aquel Gobierno tuvieron la misma suerte. El presidente, Ashraf Ghani, huyó a la carrera poco antes de la toma de Kabul. Se cree que se llevó 169 millones de dólares del Tesoro afgano. Su ministro de Finanzas trata de rascar un bonus con carreras a altas horas de la noche, muchas veces como chófer de jóvenes borrachos. También participa como adjunto en una clase en la Universidad de Georgetown, pero apenas le pagan 2.000 dólares al semestre. Se mantiene navegando con el algoritmo de Uber.

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Un Afganistán democrático

Payenda, de 40 años, era uno de esos jóvenes reformistas que creyeron en el sueño que les ofrecieron los americanos tras la invasión de Afganistán: su objetivo no era solo castigar a los talibanes tras el 11-S; también pondrían los mimbres para un Afganistán democrático, moderno, con liberación para las mujeres y respeto a los derechos humanos. Nada se cumplió, a pesar de que se gastaron un billón de dólares y las vidas de miles de soldados.

Exiliado con su familia a Pakistán durante la guerra civil de los noventa, regresó a Afganistán cuando el ejército estadounidense derrocó a los extremistas del poder y fue uno de los fundadores de la primera universidad privada del país. Después, siguió la formación típica de los reformistas: trabajó en la Agencia Internacional para el Desarrollo de EE.UU.. y en el Banco Mundial, se formó en la Universidad de Illinois con una beca Fulbright.

En 2016, con la guerra enquistada, ingresó en el Ministerio de Finanzas como viceministro. Y en 2020 Ghani le llamó para que se convirtiera en el titular de la cartera. El país ya estaba en descomposición, pero aceptó. «Fui parte del fracaso», reconoce ahora al diario estadounidense. Una semana antes de la caída de Kabul, dimitió por desavenencias con Ghani. Para entonces, su mujer y sus cuatro hijos ya estaban en EE.UU. y él no tardó en unirse a ellos. Muchos se quedaron detrás. «Te come por dentro», dice sobre la ruptura entre los sueños de elevar a su país y la realidad de su fracaso y de la vida que lleva ahora. EE.UU. ya ha pasado página con Afganistán. Payenda se acuerda de ello en cada semáforo y con la culpa añadida de ser, en realidad, un privilegiado.

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