Friday, April 19

«Kiev nunca nos dejará ser independientes»


Enviados especiales a Rostov del Don (Rusia)
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Todo está perfectamente arreglado para recibir a la prensa. Las habitaciones están ordenadas, las camas hechas y las ventanas abiertas para que corra la brisa. A las verdosas paredes –como si se tratase de un hospital– le dan color las rosas rojas que fueron entregadas ayer (por martes) por la celebración del Día de la Mujer, la fiesta familiar de mayor trascendencia en Rusia que, a diferencia con España y otros países de Occidente, no se entiende como un día de reivindicación y lucha.

Elena, Kristina, Raissa, Antanina y Ruslana son los nombres de algunas de las 25 mujeres que se encuentran junto a sus hijos, en uno de los centros de acogida de refugiados que habilitó la ciudad rusa de Rostov, al suroeste del país y a tan solo 130 km de la frontera ucraniana donde ahora mismo hay una operación militar en marcha, para cobijar a los que huyen de los intensos bombardeos registrados durante las últimas dos semanas.

De este lado del mapa, se vive el mismo drama humanitario que se repite en las fronteras de Polonia, Hungría, Rumanía y Moldavia. Pero la única y gran diferencia de las mujeres que huyen a Europa es que estas apoyan políticamente al bando contrario. Todas estas familias, viven en las ciudades prorrusas de Donetsk y Lugansk y agradecen al presidente ruso haberles «salvado la vida». Estas son sus primeras declaraciones ante la prensa extranjera, a la que preguntan con cierta desconfianza por qué estamos aquí.

“No va a acabar pronto”

«Queremos volver cuando todo esto acabe», dice Elena, de 65 años, acompañada de su nieta de 13. La madre de la joven no está con ellas porque el gobierno ruso ya le consiguió trabajo en el óblast, la periferia de la ciudad. Esa fue una de las garantías que ofreció el Gobierno de Vladímir Putin a los refugiados ucranianos que vinieran hasta Rusia, además de nacionalizarlos, garantizar su atención médica y asegurar la escolarización de los menores.

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«Desde hace ocho años vivimos en guerra. Su padre –señala a la chica– está cerca de Mariúpol (junto a las tropas rusas) luchando por el futuro de sus hijos», explica la sexagenaria, que no lamenta los combates contra sus hermanos ucranianos y los responsabiliza de lo que sucede. «Son ellos los que no dejan evacuar a la gente», zanja y afirma que «esto no va a acabar pronto».

Tampoco lo cree Raissa, de 80 años, que recuerda cómo era de bonita su ciudad natal de Donetsk antes de quedar atrapada en medio de una disputa territorial y política. «Vivíamos en completa normalidad hasta que un día todo cambió», relata y explica que el punto de partida fue en el 2014 con el cambio de gobierno en Ucrania. «Kiev nunca nos dejará ser independientes», asegura y cuenta que se siente segura en territorio ruso fuera del asedio de las bombas y las balas.

La tragedia humana por el conflicto alcanza ya los 2,2 millones de personas y se extiende por todas las fronteras terrestres. La agencia de Naciones Unidas para los refugiados, ACNUR, informó ayer que unas 99.000 personas han cruzado la frontera a Rusia, sin embargo, las autoridades rusas han asegurado que la cifra es aún mayor. El ministro de la Defensa, Serguei Shoigu, aseguró ayer que alrededor de 180.000 personas habían sido evacuadas de Ucrania desde el pasado 24 de febrero, cuando estalló el conflicto.

Con el dolor del adiós, estas mujeres llegaron a Rostov con lo puesto, «no tuvimos tiempo de recoger nada», dice una a lo lejos. Tuvieron el tiempo necesario para recoger su documentación: su pasaporte de la República Popular de Donetsk y, en algunos casos, el pasaporte ruso. Ni rastro de documentación ucraniana.

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Corredores humanitarios

La mayor de todas, Antanina, de 87 años, nos espera de pie bromeando: «No me preguntes los años que ya no puedo contarlos». Al ser preguntada por los motivos que la llevaron a huir del país asegura que «lo más valioso que tienen es la vida y deben preservarla». Ella, como las otras madres del refugio, sueñan con volver a sus hogares:«No sabemos cuándo va a acabar la guerra, pero queremos que sea pronto para volver a casa».

Su hija también cruzó a Rusia porque su madre «es mayor» y «no quería dejarla sola». «Espero que a finales de marzo nuestras ciudades sean libres para poder regresar», augura, aunque su presagio puede que no se cumpla con tanta facilidad al haber fastidiado Ucrania los planes del Kremlin de hacerse rápido con el control de las principales ciudades.

La jefa del distrito y encargada del centro de refugiados, Anastasia Aleksandrovna, asegura que están preparados para recibir una gran ola de desplazados ucranianos. «Esperamos recibir en los próximos días a las personas evacuadas por los corredores humanitarios, los vamos a apoyar de igual manera», dice la mujer que está en el cargo desde 2014, cuando llegaron los primeros desplazados.

Aleksandrovna comenta que el distrito hace frente a los gastos derivados de esta situación humanitaria y que por cada refugiado se gasta en promedio unos 800 rublos (unos 6 euros) al día por alimentarlos y acogerlos. «A los niños les asignamos una escuela y todos los días viene un autobús a recogerlos para llevarlos a clases», comenta y señala con el dedo los libros y juguetes que han recolectado de la comunidad para que los menores se entretengan.

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