Friday, December 8

La preocupación de EE.UU.: un Putin acorralado


Corresponsal en Nueva York
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«No sabe lo que le espera», dijo Joe Biden la semana pasada sobre Vladímir Putin. Fue en su discurso sobre el estado de la Unión, la gran cita parlamentaria del año en EE.UU., y el presidente elegía un tono algo fanfarrón y triunfalista respecto a su homólogo ruso. El problema creciente para Biden, sin embargo, es que él tampoco sabe qué esperar de Putin. El presidente ruso aparece cada vez más como un líder autoritario acorralado, que atacará con más dureza si no encuentra una salida digna. Y a la Casa Blanca le preocupa que no hay ninguna evidente para Putin.

El escenario en Ucrania, ya sea por un problema de cálculo de Putin o por una reacción por encima de lo esperado de los ucranianos y de la comunidad internacional, se complica para el presidente ruso.

La invasión se alarga durante más de dos semanas y, en lugar de una ‘blitzkrieg’ en la que los rusos entraran en Ucrania como un cuchillo en mantequilla templada, la resistencia en los frentes es denodada y heroica. La posibilidad de un derrocamiento rápido del Gobierno de Volodímir Zelenski –convertido ahora en héroe nacional e internacional– no se ha cumplido. Han muerto miles de soldados rusos y más lo tendrán que hacer para ganar cada centímetro en las afueras de las ciudades asediadas. Al mismo tiempo, los países occidentales han actuado con decisión y unidad en el capítulo de sanciones, y han impuesto medidas de dureza extraordinaria contra Rusia.

¿Qué opciones tiene Putin? Cualquiera que pueda vender como una victoria, algo necesario para un líder que basa su legitimidad en ser un ‘hombre fuerte’ y que hasta ahora ha cumplido con el trato: autoritarismo a cambio de devolver el poder a la Rusia que salió descuartizada en los noventa con la caída de la Unión Soviética.

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Posibles finales al conflicto

Esa victoria tiene que ser clara y no valdrá con propaganda, porque los rusos ya están pagando el precio de las sanciones –el rublo y la bolsa desplomados, los oligarcas sancionados, aislamiento internacional– y el de la sangre: muchas madres no volverán a ver a sus hijos.

El problema para Putin es que sus objetivos –basados en su idea de que Rusia y Ucrania son «un mismo pueblo»– son muy altos: en primer lugar, la autonomía para las regiones separatistas del Donbass y compromisos para que Ucrania no entre en la OTAN, que han sido reclamaciones viejas de Rusia. Y, con la invasión, ampliadas a la ‘desmilitarización’ y la ‘desnazificación’ de Ucrania.

Conseguir un acuerdo con cesiones mutuas entre un Putin más agresivo que nunca y un Zelenski impulsado por la heroicidad de los ucranianos parece improbable a día de hoy. Es uno de los tres finales a la invasión que plantea el analista Thomas Friedman en ‘The New York Times’. Es el que califica como «compromiso sucio». Todavía menos probable es el de la ‘salvación’, en el que la crisis de Ucrania se alarga por la resistencia ucraniana y acaba minando el poder de Putin en Rusia, le convierte en impopular, pierde apoyos entre los poderes económicos y militares y una oleada de protestas acaba en su derrocamiento (mucho tendría que debilitarse el puño de hierro de Putin).

El tercero, el del ‘desastre completo’, es, por desgracia, el más probable. Y el que preocupa a la Casa Blanca. Las sanciones abrumadoras contra la economía rusa y sus dirigentes ahogan a Putin. Contra las cuerdas, sin lo que en EE.UU. se denomina ‘rampa de salida’, optaría por embestir hacia delante. Es algo que, según varios medios estadounidenses, se ha discutido en la ‘Situation Room’, la sala de crisis en el sótano de la Casa Blanca. El presidente ruso, según la inteligencia de EE.UU., está frustrado por el avance militar lento en Ucrania. Tiene ataques de cólera contra sus subordinados. Su aislamiento por la aprensión al covid le ha dejado con menos contacto con el exterior.

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Endurecer la ofensiva

Todo ello podría contribuir a acciones más agresivas si ve que no tiene otra salida. Una posibilidad sería endurecer todavía la ofensiva militar en Ucrania y aplastar a las ciudades asediadas, como ya hizo Rusia con Grozni en Chechenia. Quizá podría dirigir sus acciones contra Occidente, por ejemplo, con ciberataques masivos a entidades o sistemas financieros, como anticipa la inteligencia estadounidense. O ampliar el conflicto más allá de Ucrania, hacia otros países que también ambiciona tener en su órbita, como Moldavia o Georgia. O, con mucha mayor gravedad, afectar a países regionales de la OTAN, como Polonia o las repúblicas bálticas.

«Hemos tratado de dar salidas a Putin», dijo esta semana el jefe de la diplomacia de EE.UU., Antony Blinken. «Hasta, ahora, en cada oportunidad para hacerlo, ha optado por apretar el acelerador y ha avanzado por esta vía horrible».

El hecho de que el presidente ruso blandiera la carta de la amenaza nuclear es un aviso de que, si solo puede ir al ataque, lo hará. «A enemigo que huye, puente de plata», dice el proverbio atribuido a González Fernández de Córdoba, el ‘Gran Capitán’. El problema es que nadie, ni en Europa ni en América, es capaz por ahora de proyectar un puente de huida que soporte a Putin y sus ambiciones.

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