Friday, April 19

La sangrienta retirada rusa de Bucha


Enviado especial a Kiev
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Melania Davidenko había calentado el primer te de la mañana cuando escuchó disparos. Después de seis semanas entre explosiones apenas les dio importancia, hasta que escuchó el grito de una voz familiar. «Era la esposa de Oleg Klimtsov y gritaba ‘¡mi marido está fuera, mi marido está fuera!’, salí lo antes que pude y me encontré con dos cuerpos tirados junto al garaje». Era el 28 de marzo, faltaban apenas 24 horas para el repliegue ruso y la unidad que ocupaba este barrio de Sklozavodska, a las puertas de una vieja factoría de crista de la época de la URSS, estaba «especialmente violenta y disparaban a la mínima», recuerda Melania, quien asegura que volvió a nacer cuando vio salir el último tanque.

«Los últimos días fueron los peores, disparaban como locos», insiste Melania.

Desde la casa al garaje hay apenas unos metros y allí encontraron los cuerpos de Oleg y de su amigo Vasil Chekan. Los enterraron de manera temporal en la parte trasera del barrio, junto a la vía del tren, con dos grandes piedras como únicos distintivos.

Oleg tenía 56 años, estaba jubilado y se encargaba del cuidado de perros y gatos de la zona. En su ausencia, las mascotas merodean por el viejo bloque de la etapa de Nikita Kruschev a la espera de que aparezca aquella persona que se ocupaba de ellos. «Los rusos establecieron aquí una de sus posiciones, tenían tanques y los oficiales ocupaban los pisos más cercanos. Lo primero que hicieron al llegar fue saquear la tienda de alcohol y el supermercado, por este orden. Estaban furiosos porque habían sufrido una emboscada en una calle próxima y perdieron muchos hombres y tanques, por eso nos gritaron por altavoces que nadie podía salir de casa, ni acercarse a las ventanas, no querían vernos», cuenta Melania, que solo rompió la orden cuando salió a por el cuerpo de Oleg y no se atrevía ni a regar las plantas.

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Fosa común

Esta localidad, que tenía 30.000 habitantes antes de la guerra, despierta a una pesadilla de seis semanas de ocupación enemiga. Las imágenes que han conmovido al mundo, con decenas de cadáveres tirados en las aceras, se tomaron en la vecina calle Yablunska. En este barrio, al estar menos expuesto que la vía principal, los vecinos pudieron encontrar la forman de enterrar a los suyos de forma temporal.

Además de la pérdida de Oleg, Melania recuerda a su amiga íntima Valentina Ivanova, de 60 años, abatida por un disparo cuando se arriesgó a salir de casa para coger agua del pozo. En Bucha no hay electricidad, gas, ni agua corriente y salir a por agua o hacer una hoguera para calentar comida podía costarte la vida, porque también estaba prohibido hacer fuego. El alcalde ha pedido a los vecinos que escaparon durante los combates que esperen unos días hasta que puedan restablecer los servicios mínimos y, sobre todo, hasta que puedan recoger los cuerpos que quedan. Les ha garantizado que las fuerzas de seguridad patrullarán de manera intensa las calles para evitar saqueos.

La casa de Valentina tiene los cristales acribillados. María Petrovna vive en el mismo portal y fue quien le dio la primera asistencia después de que le disparan el 25 de marzo. «Perdía mucha sangre y murió en pocos minutos, le dieron en la espalda», recuerda esta vecina para quien «ellos querían venganza, estaban furiosos por la emboscada que sufrieron en Bucha, en su camino a Kiev y se vengaron con nosotros. Nos llamaban nazis, revisaban las casas en busca de objetos nazis, pero en este barrio yo nunca he visto uno».

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Otro vecino, Mikhail, de origen bielorruso, se encargó del cuerpo de Valentina. Nos pide que le acompañemos a un viaje garaje abandonado de la época soviética. Con lágrimas en los ojos recuerda que desde ese 25 de marzo tuvo que realizar en tres ocasiones este camino. Tras Valentina, los rusos mataron también a tiros, un día después, a un anciano llamado Kola Bimenov. El 27 le tocó llevar el cuerpo de su amigo íntimo Valentín Boderenko, calcinado tras el impacto de un proyectil de artillería contra su apartamento. «La última semana fue dura, con intensos combates y los rusos nerviosos. Trajimos los cuerpos envueltos en una alfombra y usando una puerta como si fuera una camilla. No podíamos hacer otra cosa, aquí al menos están seguros y, por si nos mataban a quienes sabíamos la localización, le metimos a cada uno su documento de identidad para que les pudieran reconocer», cuenta Mikhail entre sollozos. La macabra despedida de las fuerzas de ocupación se cebó con los vecinos de estos humildes bloques de viviendas.

La realidad en este barrio de Sklozavodska se repite en cada uno de los barrios en los que los rusos desplegaron unidades de combate. Sus tanques estaban detrás de las casas y los civiles quedaban en mitad del fuego cruzado con las fuerzas ucranianas. Establecían un régimen severo de restricción de movimientos, disparaban si avisar y efectuaban registros aleatorios y saqueos. Al ritmo que las cosas empeoraban en el frente para Moscú, se complicaba la situación para los civiles de Bucha. «Se retiraron a la carrera y nos dejaron muerte, destrucción y porquería por todas partes, nada más», lamenta Melania Davidenko, quien ahora trata de reemplazar a Oleg en la tarea de cuidar a perros y gatos. Ya le conocen y se le acercan nada más abrir la puerta. En Bucha tratan de volver a la vida, pero no podrán hacerlo hasta que sus muertos descansen en paz.

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