Friday, April 19

«Me dijeron que me comiese el pasaporte antes de que los rusos vieran que soy español»


ZAMORA
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Parece que ha pasado una eternidad desde que empezaron a caer misiles sobre Kiev. Hace sólo un par de semanas que L.A. habría ido a trabajar con normalidad, no sin antes dejar a los niños en el colegio y pasear un rato a la ‘perrina’ por un tranquilo barrio de la capital ucraniana. Donde antes tomaba un café rápido por las mañanas, ahora hay un inmenso socavón humeante. El ambiente bullicioso de una de las ciudades más cosmopolitas de Europa del Este se ha convertido en un escenario apocalíptico.

«Teníamos la esperanza de que fuera cosa de unos días y poder quedarnos y seguir con nuestras vidas, pero enseguida nos dimos cuenta de que estas peligraban y tuvimos que irnos», explica L.A.

a Ical. La prudencia obliga a mantener oculta la identidad, a pesar de estar ya a salvo. Este hombre, natural de Castilla y León, pasó un par de días en el metro con su mujer y sus dos hijos para mantenerse a salvo de los bombardeos, pero el inicio de los combates cuerpo a cuerpo hizo inviable seguir en la capital.

Aun siendo español y sin nacionalidad ucraniana, L. A. llegó a formar parte de la Civil Guard, bajo las órdenes del Ejército y la Guardia Nacional, y ayudó a formar barricadas para asentar posiciones defensivas ante lo que parecía la inminente llegada de los carros de combate rusos. «No sirven para detener los tanques, pero sí para delimitar puntos de control», indica. No obstante, más de una semana después del inicio de la invasión, los todopoderosos y ultramodernos carros de combate T-90 todavía estaban a unos 20 kilómetros de la ciudad, puede que por táctica o, según algunos analistas, por una mera falta de logística, en la que los rusos son un «desastre», opina.

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Del ordenador al Kalakashnikov

L.A. cambió el ordenador y las reuniones por un antiguo subfusil de asalto AK-47, aunque tuvo la suerte de no llegar a usarlo. «Era un modelo muy viejo. No tuve que disparar contra nadie, afortunadamente», comenta. «Empezamos a ver al Ejército con mejores armas y, antes de irnos, ya estaban entrando armas antitanque y cohetes de mano. Parecía que los rusos tenían problemas con el abastecimiento de combustible. Mover tanques en el área urbana es muy complicado. Por las avenidas principales pueden ser los amos pero, en las secundarias, son torpes como patos», describe.

Cada vez que puede, un mensaje. «La noche ha sido dura. Combates con armas ligeras contra grupos infiltrados. Ahora se oye artillería. Al menos, esta noche no han caído misiles. ¿Se les habrán agotado?», responde una vez de madrugada. Una crónica de esos primeros días escrita de forma casi telegráfica por Whatsapp, Telegram o Signal. «8:08, hora local. Vuelven a sonar las sirenas. Los combatientes ponen posts en las redes sociales para decir que están bien. Y las respuestas de madres y esposas son fantásticas: te quiero, no bebas; si ves una farmacia, cómprame compresas; qué excusas te buscas para no ir a dormir a casa», relata.

Cuando la familia toma la decisión de abandonar Kiev, tomó ropa, comida y agua, buscó gasolina para su pequeño pero efectivo coche, salió hacia la carretera de Odessa, dirección Bila Tserkva y tuvo que atravesar una zona de «altísima intensidad» de combate. «Los rusos disparaban contra las columnas de civiles a la salida de Kiev», destaca L. A. El trayecto, de algo más de 800 kilómetros por el camino más corto, superó, finalmente, los 1.200, por las jugadas al despiste para evitar las autopistas, lo que hizo necesarias más de 26 horas para completar el recorrido.

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Durante su viaje, encontraron todo tipo de altos. «Los soldados y las milicias ucranianas nos ayudaban, pero pasamos dos controles rusos hechos, literalmente, por bandidos asiáticos. En los puntos de control, la mitad de los soldados ucranianos tenían armas de guerra y la otra mitad, la escopeta de caza del pueblo, así de claro. Pero gente muy aguerrida y muy motivada», describe.

Los controles rusos fueron los más tensos. «Había que evitar que me identificaran como extranjero. Tuvimos suerte y no me identificaron como tal. Te puedo decir que, cuando llamé al Ministerio de Exteriores para que nos ayudaran a salir, lo primero que me dijeron fue que no podía ser capturado y que, literalmente, me comiese el pasaporte antes de que me cogieran porque, si me cogían los rusos, no sabían qué uso harían de mi nacionalidad», asegura.

Después, la ruta discurre por tierra de nadie y en soledad. Se cruzan con un montón de helicópteros en formación y, más tarde, aviones de combate. «Al anochecer, en una localidad del suroeste, que no voy a nombrar porque se está utilizando para dar refugio y está siendo atacada por la artillería rusa, dormimos cuatro horas en una casa, en un sofá».

Vuelo de Budapest a París

Al fin, consiguieron alcanzar Uzhgorod, muy cerca de la frontera con Hungría. Pero en el control fronterizo, los húngaros les retienen durante horas sin motivo aparente. «Al final, salí del vehículo, les enseñé mi pasaporte y les dije que tenía derecho a acceder a la Unión Europea», relata. «En Hungría, las áreas de servicio están llenas de coches ucranianos con familias y nadie les ayuda. Los húngaros son, totalmente, apoyo de Putin», crita.

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Directos al aeropuerto de Budapest, compraron «los primeros billetes» que encontraron. En este caso, de Air France, para París. «Al llegar a París, tanto la compañía aérea como las autoridades del aeropuerto Charles de Gaulle nos ayudaron muchísimo. Encontraron en una hora un vuelo para Madrid, nos montaron en ‘business’ a un precio ridículo y nos trataron genial», reconoce.

El coche que les facilitó salvar sus vidas se había quedado en el aeropuerto de Hungría: un objeto más que sirvió hasta el momento en el que tuvo que ser abandonado. «No conservamos nada. No quisimos mirar hacia atrás porque entendimos que la nostalgia no iba a ayudarnos a superar el obstáculo, que era pasar la frontera. Fuimos bastante fríos. Tal vez dentro de una semana esta percepción no sea la misma», reconoce.

De momento, la sensación de estar en casa se impone a todas las demás y difumina la desazón, la incertidumbre y los horribles sonidos de la guerra que, probablemente, aparezcan en los sueños de forma recurrente. «Estamos a salvo, en nuestra tierra», se reafirma.

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