Thursday, March 28

«Miedo no tengo. Precaución, sí. Y si no estuviera aquí, mejor»


Garcillán (Segovia)
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«Yo, lo que se dice miedo, miedo, no tengo. Precaución, sí. Y si no estuviera aquí, mejor». Reconoce y pone voz al sentir de muchos una de las vecinas de Garcillán que de niña conoció a Mario Ayuso Gómez y ahora, más de treinta años después, se tiene que volver a cruzar –aunque mejor evitarlo– a aquel vecino que puso a este pueblo a poco más de 15 kilómetros de Segovia en el mapa como cuna de
un auténtico depredador sexual y que ahora, tras su salida de la cárcel al haber cumplido el máximo legal de tres decenios entre rejas, ha vuelto a dirigir la mirada y la atención hacia esta localidad, para desgracia de sus vecinos.

«Es
un pueblo tranquilo y ¡tener que salir por esto

!» en los medios e ir de boca en boca no gusta entre sus habitantes, reconocen sin tapujos y con resignación, conscientes de que «es lo que toca», pues tras más de treinta años en la trena y prácticamente toda su edad laboral consumida en un penal, no tiene otro sitio al que ir que la casa hasta hace unos días vacía de sus padres, parte de la herencia que comparte con los hermanos que todavía viven y que aún no se ha repartido por su negativa a firmar. «Sé que no se va a ir. Es la casa de sus padres. Es lo que tiene. Lleva toda la vida en la cárcel… Es lo que nos toca y pienso que no va a pasar nada, porque si no, no vives», apunta resignada una vecina de la misma calle. «Ando tranquila, dentro de que si no estuviese, mucho mejor».

Vecinos de Garcillán, preocupados, pidieron no ser fotografiados
Vecinos de Garcillán, preocupados, pidieron no ser fotografiados – ANTONIO TANARRO

Desde 1987, la última vez que fue detenido –porque antes hubo otras y de hecho, estaba en libertad provisional cuando fue arrestado–, Mario no había vuelto a Garcillán, salvo para dar sepultura a sus padres. Ahora, con su domicilio legal aquí, ha regresado con 62 años a la vivienda de la que se despidió con 27. Persianas bajadas, puerta cerrada y una cortina de tiras que se mueve al son del viento guardan desde el pasado 20 de abril en su interior al vecino más conocido de este pueblo y a la vez más desconocido para la mayoría. De los algo más de 500 habitantes, 400 no saben ni quién es, señala el alcalde, Javier Gómez, quien ni siquiera había nacido cuando el bautizado como ‘el violador del fin de semana’ fue arrestado en noviembre de 1987 después de que una de las víctimas a las que abordó y violó unos meses antes en Madrid –el lugar en el que perpetró todas las agresiones– lo reconociera.

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En la casa familiar

Ha transcurrido algo más de una semana desde que el regidor recibió la llamada de aviso de que este delincuente sexual iba a volver al pueblo hasta que lo puso cara cuando coincidió con él comprando el pan, una de las tareas en las que se deja ver de vez en cuando, así como dando un paseo e incluso en el bar, la primera parada que hizo en su regreso a Garcillán, para recoger las llaves de la casa –adecentada en los últimos tiempos tras años sin uso– que un familiar le había dejado allí. No tiene trato con ellos, dicen en el pueblo, sobre una familia extensa, «unas maravillosas personas que han sufrido muchísimo con este tema», describen.

El rostro ajeno para la mayoría ha incrementado el temor e incluso la «psicosis» inicial que llevó a aumentar la presencia y vigilancia por parte de la Guardia Civil. Ahora, una calma tensa reina en las calles de Garcillán, donde algunos prefieren no hablar, hay quien reconoce que desde el regreso de Mario hay menos gente paseando, padres que no han dejado salir a sus hijos al caer la noche, muchos trayectos en coche y miradas clavadas en cualquier forastero que recorra sus calles un caluroso domingo como el de ayer, donde abundaban quienes optaban por la bici para pasar la mañana.

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«No me da miedo, pero desde que está, yo que sacaba a los perros de noche, ya cuando anochece no salgo», reconoce también desde el anonimato otra vecina que no conoció de joven a Mario Ayuso y ahora le ha puesto cara («parece más mayor de lo que es», opina) al coincidir también con él en uno de los recados del día a día: «Pidió su pan y se fue».

«Yo que sacaba a los perros de noche, cuando anochece ya no salgo», dice una de las vecinas que confiesa mantener la precaución ante el nuevo vecino

El paso del tiempo, un tema tabú del que apenas se hablaba y el incremento del censo al calor del ‘boom’ inmobiliario había logrado hasta ahora tener apartado en algún rincón de la memoria un asunto del que apenas se hablaba hasta que hace algo más de un año se elevó el runrún de que la posible vuelta de Mario Ayuso al pueblo estaba próxima. Y ha llegado el día de su vuelta a la libertad tras algo más de 32 años continuados de vida carcelaria –el tope legal– de los 181 años de cárcel a los que fue condenado por la Audiencia Provincial de Madrid en julio de 1989 por cuatro delitos consumados de robo con violación, uno de violación, siete de robo con violación en grado de tentativa, tres más de violación en grado de tentativa y uno de abusos deshonesto que marcaron la vida a 17 mujeres víctimas de sus abusos sexuales.

«Cuando estoy con una mujer siento un algo que me da y no puedo resistirme a cometer este tipo de actos», reconoció en el juicio Ayuso, acusado de 21 delitos de violación y para quien la Fiscalía llegó a pedir 282 años de pena. Pero el historial de quien entonces era un joven «delgaducho, enclenque», venía de lejos. Ya en 1980, mientras estaba haciendo el servicio militar en Segovia y donde él alegó en el juicio que comenzaron sus problemas sexuales, fue detenido por otro delito sexual, también cometido en la Comunidad de Madrid.

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Detenido ya en la mili

Era domingo, empezaron a llegar muchos mandos militares, un coche de la Policía, llamaron a formación y sonó el nombre de Mario Ayuso Gómez, ese chico «raro de Garcillán, poca cosa», recuerda alguien que estaba haciendo también entonces la mili y no volvió a coincidir ya con él. Pero cuando unos años después fue arrestado y posteriormente condenado como el ‘violador del fin de semana’, quienes compartieron tiempo del servicio militar, con sólo oír su nombre pusieron rostro y recuerdos a ese «jijas» (califican), ahora más gordo, que se valía de una navaja o un destornillador para amenazar y someter a sus víctimas, a las que aguardaba en un portal, donde les robaba y las agredía sexualmente.

EL NORTE DE CASTILLA
EL NORTE DE CASTILLA

Ahora, al ver una fotografía algo borrosa del ya no tan joven, este vecino lo reconoce sin problemas y con la incredulidad, como la de la mayoría, de que ya pueda estar en libertad quien en el penal de Segovia, desde el que ha dejado atrás la vida de recluso, no guardan precisamente buen recuerdo. «Ha cumplido la pena», se asume con más pesar que convencimiento.

El sambenito del ‘violador del fin de semana’ pesará siempre sobre el entonces veinteañero más de una vez visto magullado por palizas tras ser sorprendido masturbándose en la calle, que durante la semana era un chico que ayudaba a su padre en la huerta y trabajaba en un taller, pero había fines de semana –la mayoría de las veces haciendo autostop– en que se desplazaba a Madrid en busca de sus víctimas, armado con una navaja, un destornillador y unas cuerdas con nudos corredizos. Al resguardo de un portal, las abordaba, les robaba el dinero, obligaba a desnudarse y abusaba de ellas, a veces también les ataba las manos a la espalda.

Mario Ayuso está ya en la calle, con él también ha salido el miedo en Garcillán a que «vuelva a las andadas» y el tema del que durante años apenas se hablaba, más en silencio que en alto, se cuela en las conversaciones.

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