Friday, April 19

«No cantamos el himno para que nuestros hijos no nos vean llorar»


Siret (Rumanía)
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Caterina viaja a una nueva vida, pero sin ninguna esperanza. Abandonó Jarkov hace algunos días después de vivir diez días en un refugio subterráneo y pensar que la vida se acababa este mes. Ha dejado a su familia, «que esperará en próximas fechas para huir de la ciudad porque ahora tienen miedo de no llegar a una frontera que les proteja de los invasores rusos».

Ha pasado unas horas reponiéndose del susto en Siret, en la frontera de Ucrania con Rumanía, y viaja a España a intentar recuperar su vida. Por ese punto aduanero llegan a Rumanía miles de personas todos los días. Tiene unos 50 años y ha congeniado con personas de su edad que se desahogan como ella contándole que eran más o menos felices hasta que el presidente ruso decidió entrar a fuego y sangre en su país.

Se calcula que ya han pasado por las fronteras huyendo de la guerra más de dos millones de personas y que ya hay afectadas por la invasión más de 12 millones de personas. En algunas ciudades cercanas a las fronteras se acumulan cientos de personas a la espera de decidir si dan el paso definitivo y salen del país o esperan hasta última hora y escapan poco antes de que lleguen las tropas rusas. Las autoridades de alguna de estas ciudades han comenzado a pedir a las ONG que monten campamentos porque temen una avalancha de última hora y no ser capaces de hacer frente al reto.

Caterina salió sin saber a dónde ir y encontró a la gente de ONG españolas y está encantada de venir a nuestro país donde tiene una amiga que le ha dicho que en España tendrá una oportunidad. El caso de Caterina es el de decenas de personas que salen del país solas. Se subieron con su mochila a un autobús o al coche de un conocido hasta llegar al otro lado de la frontera. Ahora cree que lo peor ha pasado y que podrá iniciar una nueva vida a los 50 años.

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Las madres tienen mucho trabajo con sus hijos pequeños. Entran en la frontera como drogados y ni los regalos y los caramelos que les dan las ONG les hacen cambiar la cara – Pedro Blasco

Casi el cien por cien de los refugiados mayores son mujeres. En el campamento que hemos pasado los últimos días solo había un israelí, que por tener esa nacionalidad, aunque estaba casado con una ucraniana, ha podido salir del país con autorización. El otro hombre era de nacionalidad india y ha tenido la oportunidad de hablar estos días con los cerca de tres mil compatriotas confinados en un polideportivo que el Gobierno de su país sacó de Ucrania en pocos días y los envió vía aérea a su país sin la menor dilación.

Las mujeres encuentran nada más cruzar la frontera el apoyo de las ONG y de los gobiernos polaco, rumano y moldavo. Todo ha cambiado en los últimos años y ahora, antes de un té caliente o un bocadillo, el refugiado quiere Internet. El precio para llamar desde su móvil es prohibitivo porque Ucrania no tiene el roaming que abarata el coste en la Unión Europea.

Nada más pasar el puesto fronterizo varías compañías telefónicas les facilitan gratis una tarjeta rumana cargada para poderse comunicarse con los suyos en el interior de Ucrania. Además, algunas de las carpas que han montado las organizaciones tienen wifi, un sueño para el que huye.

Las mujeres llaman a sus maridos. Muchos están ya combatiendo o a la espera de recibir instrucción exprés. Esto días en Siret hemos escuchado testimonios desgarradores, como el de la madre que hablaba diariamente con su hijo mayor, pero nada con el menor, que no le coge el teléfono, aunque sabe que alguien le abre los mensajes para leerlos, «¡pero nunca me contesta!». «¿Dónde está mi hijo?»

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Las madres tienen mucho trabajo con sus hijos pequeños. Entran en la frontera como drogados y ni los regalos y los caramelos que les dan las ONG les hacen cambiar la cara. No entienden nada, nos decía una madre, pero «saben que hemos tenido que dejar a su padre y a sus hermanos en nuestro país en contra de nuestra voluntad».

Documento de refugiado

Los ucranianos son recibidos por los bomberos en el puesto de Siret. Ayudan a las madres con niños pequeños y llevan las maletas de los que han osado cargarse con algo más que un macuto. Les llevan a un centro de Frontex en bus o furgonetas. Allí les entregan una documentación que les identifica como refugiados, lo que les permitirá acogerse a los ‘beneficios’ de huir de la muerte en un país en guerra.

Tras recibir la documentación los viajeros pueden elegir sus propios medios, algo que hacen los que tienen familiares o amigos que les esperaban, o los autobuses gratis que les han puesto algunas organizaciones como Mensajeros de La Paz, Remar u otras.

Los especialistas en este tipo de tragedias creen, y se preparan, para un agravamiento de la crisis si Putin sigue su avance y sus ataques. También temen que si disparan cerca de una frontera se produzca un movimiento hacia otra de las aduanas y se colapse la salida del país.

Los más necesitados

La experiencia dice, según personas que estuvieron en la crisis de Siria, que hasta la fecha ha venido gente con cierto nivel económico y temen que la cercanía de los rusos provoque la movilización de personas con menos capacidad económica. Estas personas necesitan más asistencia social y transporte.

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El ambiente es cada día más duro y triste en la frontera con Rumanía. Una de las mujeres que pasaba estos días por el puesto nos contaba con lágrimas en los ojos que la guerra de 2014 le echó de su casa y ahora la invasión rusa le ha echado de Kiev. Partió hace unos días en dirección a Málaga, donde unos amigos le han prometido que «España es un país de paz».

Las escenas duras se repiten a todas horas. Ayer en uno de los refugios unos niños, a petición de un visitante, cantaban el himno de Ucrania. El visitante le preguntó a una mujer por qué no cantaba. La mujer le contestó: «No queremos que nuestros hijos nos vean llorar».

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