Friday, March 29

Riesgos y expectativas de la invasión


Es posible averiguar cómo comienzan las guerras pero muy difícil predecir cómo acabarán. La de Ucrania, que ha comenzado en forma de una brutal invasión del territorio de esta república por las fuerzas militares rusas, no es una excepción. Desde la llegada al poder de Putin en 2000, Rusia se ha venido comportando como una potencia revisionista. Sin embargo, el ataque a Ucrania no solo supone revisionismo por parte de Moscú -es decir, intención de revertir el orden internacional creado y liderado por EE.UU., la UE y la OTAN después de la Guerra Fría-, sino revanchismo por el ‘humillante trato’ que sufrió Rusia de Occidente, según el Kremlin, desde la desintegración de la URSS en 1991. La supuesta humillación se

 debe a muchos factores, pero especialmente a que Rusia no intervino para defender a Serbia, su aliado histórico, durante el bombardeo de la OTAN en 1999, a causa de su debilidad interna. Pero, sobre todo, el revanchismo habría surgido tras presenciar las cuatro oleadas de la ampliación de la OTAN, que ha acercado esta a las fronteras occidentales rusas. Frenar a una potencia revisionista es posible pero acabar con el revanchismo de un país como Rusia solo se conseguirá derrotándolo completamente (como se hizo en la II Guerra Mundial con la Alemania nazi) y esto, en circunstancias actuales, es imposible sin entrar en una guerra nuclear.

Desde que Putin llegó al poder, el Kremlin comenzó a expresar su descontento por la ampliación de la OTAN y de la UE. Este descontento se volvió revisionismo activo con las intervenciones militares en Georgia (2008) y en Ucrania (2014), ambas con el propósito de impedir el ingreso de estos países en la OTAN, y en Siria (2015) para evitar que EE.UU. derrocase a Al Assad, como había hecho ya con Sadam Hussein.

En un artículo publicado en ABC, el pasado 15 de diciembre (’¿Se dispone Rusia a invadir Ucrania?’) , afirmaba que el objetivo de Moscú era doblegar a Ucrania sin invadirla, y que solo usaría la fuerza militar convencional en el caso de que Kiev intentase recuperar el control de las autoproclamadas repúblicas independientes de Donetk y Lugansk. Partía entonces de la hipótesis de que Rusia, como potencia revisionista, no necesitaba usar la fuerza militar convencional para alcanzar dicho objetivo.

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La invasión no es solo un medio de satisfacer las ambiciones revisionistas de Putin -bloquear la ampliación de la UE y OTAN-, pues no se trata tanto de una estrategia como de una venganza, lo que puede llevar a una victoria pírrica de Rusia, que perderá todo lo que poseía: la prosperidad económica y un apreciable estatuto político y diplomático reconocido en la familia de las naciones. Al margen del resultado de la guerra, el revanchismo ruso subsistirá y seguirá siendo el mayor desafío a la seguridad y defensa de la UE y de la OTAN, pero considerablemente agravado.

Rusia ha elegido la guerra y está pagando ya las consecuencias. Pero no es solo Rusia la que se verá afectada por las sanciones occidentales, a las que se suman las de Corea del Sur, Japón y Singapur. EE.UU. y sus aliados europeos han desconectado varios bancos rusos del servicio de mensajería financiera Swift y podrían extender aún más el veto financiero, a pesar de que el primer ministro ruso, Dimitri Medvédev, ya advirtió en 2014 de que tales medidas podrían considerarse actos de guerra.

EE.UU. y el Reino Unido han tomado la decisión de prohibir la compra del petróleo, carbón y gas ruso. Sin embargo, la UE debido a su dependencia de los hidrocarburos rusos no ha podido secundar esta decisión, aunque la Comisión planifica liberarse de la dependencia energética de Rusia hasta 2030. Moscú ha decretado la prohibición de la exportación de las materias primas hasta final de año para «conservar la seguridad nacional». Queda por ver cómo esta decisión afectará a Europa.

A corto plazo, Occidente deberá centrarse en hacer que la invasión rusa sea lo más difícil y costosa posible. El objetivo inmediato es obligar al Ejército ruso a detener su ofensiva cuanto antes. Esto implica seguir abasteciendo de armamento y otros recursos tanto al Ejército ucraniano como a los resistentes irregulares en las zonas ocupadas. Insistir en la idea de que OTAN debería establecer una zona de exclusión aérea sobre Ucrania es irresponsable, porque produciría un combate aéreo con las fuerzas rusas.

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Sin embargo, ninguno de estos frentes externos está libre de riesgos. Además es probable que estas medidas no frenen a Putin y conserven la integridad territorial de Ucrania. Rusia está luchando en dos frentes con la estrategia de imponer un desgaste al enemigo. En Ucrania está asediando ciudades y destruyendo infraestructuras militares con el objetivo de obligar a Kiev a rendirse. Con Occidente ha entrado en una dinámica económica destructiva para producir el efecto bumerán de las sanciones. Además de las consecuencias previstas o aleatorias de las sanciones, hay que tener en cuenta que, incluso con sus fuerzas militares atascadas en Ucrania, Rusia seguirá siendo capaz de agredir a Occidente de otras maneras: ciberataques, asesinatos, ataques químicos y biológicos, campañas de desinformación y otras formas de desestabilización. Una Rusia desesperada y acorralada será más peligrosa porque su actitud revanchista no desaparecerá. Por el contrario, crecerá con el castigo.

Si el sentido común ha venido prevaleciendo hasta ahora en Occidente, la indignación moral puede aumentar el número de riesgos. Varios Estados europeos han especulado sobre planes para suministrar aviones de combate a la fuerza aérea ucraniana. Aunque no se adoptaran estas u otras medidas semejantes, Rusia amenazará con -y quizá emprenderá- una escalada disuasoria. Aunque la probabilidad de que inicie un conflicto armado (convencional o nuclear) con la OTAN es baja, no se puede descartar.

Occidente ha elegido la vía de las sanciones para castigar a Rusia porque no quiere desatar una III Guerra Mundial, y porque persigue cambiar el centro de gravedad del conflicto ucraniano: en el campo de batalla Rusia mantiene la ventaja, mientras Occidente parte del supuesto de que la suya es mayor en el campo económico y de que sus medidas coercitivas en este tendrán efectos potencialmente graves en la economía y capacidad militar del agresor.

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Se especula sobre si esta guerra podría suponer el fin del gobierno de Putin. Las analogías históricas sugieren que cuando un gobernante ruso pierde una guerra surge un nuevo sistema político. Así ocurrió en 1905, cuando, tras el desastre de Port Arthur en 1904, se estableció el régimen parlamentario que terminó con la autocracia zarista. En 1917, los reveses frente a Alemania trajeron la secuencia de las revoluciones de febrero y octubre. Finalmente, la derrota del comunismo en 1989 produjo la desintegración de la URSS en 1991. La Historia demuestra que Rusia ha opuesto una resistencia extraordinaria a las invasiones extranjeras (de los mongoles, polacos, Napoleón o Hitler), pero que el Estado se derrumba cuando sus súbditos pierden la confianza en él, como ocurrió con el Imperio zarista en 1917 y con el soviético en 1991. Hoy, el 60 por ciento de los rusos aprueban la guerra. Muchos de ellos, embrutecidos por la propaganda, creen que el objetivo de Occidente no es detener la invasión en Ucrania, sino ahogar a Rusia, lo que fortalece el apoyo mayoritario a Putin. Sin embargo, si las cosas no salen como este espera, le volverán la espalda, porque a los rusos no les gustan los perdedores.

Mira Milosevich es investigadora principal del Real Instituto Elcano y escritora


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