Wednesday, March 27

Un ejército de voluntarios siembra Kiev de barricadas para frenar a Putin


Para frenar la guerra, Vladimir Putin exige a Kiev el reconocimiento de Crimea como rusa, la independencia de Lugansk y Donetsk y que Ucrania se declare neutral y no entre en la OTAN, pero Aleksander no quiere parar la guerra, desea ganarla y para ello pide «armas, lo que necesitamos son armas». Este veterano del Ejército Rojo ayuda a cargar sacos con arena en la céntrica plaza de Maidán y los apila frente a las bocas del metro para asegurar el refugio a las miles de personas que duermen allí cada noche. Kiev vive contra reloj, la cuenta atrás para la entrada de los rusos está en marcha y nadie tiene un minuto que perder. La producción de

 los pequeños sacos termina cuando se acaban las bolsas que han traído los propios vecinos, «no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante una situación así, todos debemos aportar algo», señala este hombretón que sirvió en las filas de las tropas de la URSS y ahora se enfrenta a Moscú.

La plaza de Maidán es el símbolo, el corazón de un país y el lugar icónico al que desearía llegar todo conquistador para izar su bandera. Pero para llegar hasta allí, las tropas rusas deberán superar las defensas que los ucranianos levantan con más esmero que medios desde el inicio de la guerra. La columna de blindados que cruzó la frontera de Bielorrusia ha tardado doce días en llegar a las puertas de Kiev. El kilométrico convoy ha sufrido problemas de abastecimiento, pero también el hostigamiento y emboscadas de las fuerzas ucranianas.

El diario ‘The Wall Street Journal’ reveló el despliegue en la defensa de Kiev de las unidades de élite, hombres entrenados por Estados Unidos y sus aliados durante los últimos años y armados con material antitanque de última generación y misiles antiaéreos Stinger, es lo que les ha ayudado a contrarrestar la superioridad rusa. Estas fuerzas de élite cuentan además con el apoyo aéreo de la flota de los drones Bayraktar TB2, comprados a Turquía, y que han obligado a Rusia a ralentizar su avance. La carretera entre Bielorrusia y Kiev ha quedado marcada por un rosario de vehículos rusos calcinados, pura chatarra militar que simboliza la sorpresa que se han llevado los hombres de Vladimir Putin con la preparación militar del vecino.

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La resistencia dura ya doce días, ahora los rusos despliegan sus tropas por el este y oeste y la capital ha quedado como en mitad de una herradura, con la única puerta abierta en dirección sur. En las calles de Kiev apenas se ven fuerzas regulares y el movimiento de tropas es puntual. Según se avanza al norte de la capital, más se notan las explosiones y más tensa es la situación de los voluntarios del Ejército, la mayoría jubilados y los milicianos, civiles que han decidido empuñar un alma, que forman la primera línea de defensa.

No se puede mencionar el lugar. No se pueden hacer imágenes. El puesto de control que marca la entrada a la capital es un manojo de nervios. Allí una docena de hombres armados con fusiles se dedican a «inspeccionar los coches que entran porque el enemigo puede aprovechar esta vía para enviar espías o agentes que quieren cometer ataques, así que vigilamos que todo el mundo tenga su documentación», explica Oleg, coronel jubilado que luchó con el Ejército Rojo en Afganistán. Es el responsable, la persona a la que todos preguntan qué hacer y asegura que «los rusos no podrán pasar por aquí, venceremos», afirma con rotundidad.

Un caos muy organizado

Las explosiones son cada vez más fuertes. Distinguen perfectamente cada estruendo y les cambia el gesto de la cara. Cuando el fuego es ruso, preocupación, cuando es de la artillería ucraniana, relajo. El coronel manda sobre «un grupo de civiles que quiere proteger la ciudad de los invasores, cada vecino ayuda como puede». Entre sus hombres está Sergei, a quien la guerra sorprendió en Nigeria y que regresó a toda prisa para estar con su familia y empuñar un arma. No ha tenido apenas tiempo de entrenar, como la mayoría, pero recuerda sus años de servicio militar. «Cada uno estamos en nuestro barrio y nos conocemos todos. Nos organizamos por turnos, a veces nos toca de día, otras de noche… lo importante es que quienes permanecemos en Kiev estamos aquí para resistir. Algunos con armas, otros preparan comidas o ayudan al transporte de la gente que lo ha perdido todo en zonas de combate».

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Sorprende la organización del caos que se respira en esta mezcla de barricada y puesto de control donde los coches circulan en zigzag por el estrecho carril que se abre paso entre bloques de cemento con sacos terreros en su parte superior y grandes trípodes de acero hechos a mano a muy pocos metros usando vías del tren. Hay una chabola con comida y un termo con agua caliente para hacer frente al viento helador y las cajas con latas de conserva se mezclan con las que contienen cócteles molotov, listos para dar la bienvenida a los tanques enemigos. Dos banderas de Ucrania, amarillas y azules ondean en lo alto de dos largo palos.

Esta es la nueva frontera de una Kiev donde, con el paso de las horas y la caída de la noche, el cielo suena opaco y retumba el intercambio de disparos entre uno y otro bando. Aterrador. Imagino a los civiles del puesto de control cambiando de expresión con cada detonación y pidiendo consejo al coronel Oleg, pero les imagino, sobre todo, en ese instante en el que las primeras fuerzas rusas se acerquen a su barricada para comenzar el asalto a Kiev.


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